Condenan a un empresario que le pagó a una madre para violar a su hija

Quién es el empresario condenado a 18 años de cárcel por pagarle a una mujer adicta para violar a su hija.

Por Miguel Prieto Toledo

El 2 de enero de 2016 a la 1:30 de la mañana, C., una nena de apenas 8 años, caminaba sola por la plazoleta de Independencia y Bernardo de Irigoyen, en el barrio porteño de San Telmo. De repente se encontró con una mujer llamada Karina Roxana y lo primero que hizo fue pedirle ayuda. Con un lenguaje propio de su corta edad, le contó a Karina una historia que la horrorizó, con detalles escabrosos acerca de los abusos sexuales a los que estaba siendo sometida y de los que pedía, a gritos, ser salvada.

En muy pocas palabras, la niña le dijo que no quería volver a su casa. Estaba cansada de que su madre «la entregara a unos señores” a cambio de dinero. Mencionó específicamente a uno de ellos, “Pablo”, que «ponía su cosa fea en la vagina”. C. contó, a una extraña en una plaza, cómo “Pablo” la violaba.

Karina, de inmediato, la llevó al Hospital Argerich, donde constataron diversas lesiones en sus partes íntimas. Finalmente, después de mucho tiempo, C. había sido rescatada casi de casualidad.

Ese encuentro fortuito a metros de la avenida 9 de Julio sería el final de un tormento que sufrió a lo largo de varios años y el comienzo, al mismo tiempo, de una investigación que dio como resultado la identificación de “Pablo” . Ayer, tres años después, “Pablo” fue finalmente condenado de manera unánime a 18 años de cárcel por el Tribunal Oral de Menores Nº3.

“Pablo” no se llamaba así. Era Kurt Gwerder, hoy de 50 años, un hombre de negocios vinculado a varias empresas del sector agropecuario y del rubro de recolección de basura según consta en los registros del Boletín Oficial. Debido a su posición social, se cambiaba el nombre delante de su víctima para no levantar sospechas. El plan, sin embargo, no salió como lo esperaba.

En la breve charla que mantuvieron C. y Karina en la plazoleta de San Telmo aquel 2 de enero, la menor llegó señalarle un dato clave: en una tablet, le marcó la dirección de las oficinas en las que estaba el falso “Pablo” y aseguró que guardaba su auto Mercedes Benz en una garaje de la calle Tacuarí al 900. Según la investigación llevada adelante por la Fiscalía Nacional de Menores N° 2, a cargo de María Eugenia Sagasta, Gwerder efectivamente era cliente de esas cocheras privadas. Tres empleados del lugar declararon que el empresario guardaba, también, un Mercedes Benz más y una camioneta Dogde RAM. Así comenzaron a seguirle el rastro hasta que finalmente efectivos de la Policía de la Ciudad lo detuvieron en octubre del año pasado en un campo de la localidad de San Andrés de Giles.

De acuerdo con el requerimiento de elevación a juicio realizado por la fiscal Sagasta y al que accedió Infobae, los abusos ocurrieron en un período que no pudo establecerse con exactitud, aunque sostuvo que fue antes del 23 de febrero de 2015 y hasta el 2 de enero de 2016, en reiteradas ocasiones. El modus operandi de Gwerder, de acuerdo al documento, era el siguiente: la madre llevaba a su hija al cruce de la avenida Independencia y Tacuarí, donde el hombre la llevaba a la nena hasta unas oficinas que tenía sobre la calle Chacabuco al 800, su propio domicilio fiscal que usó para constituir diversas empresas, donde abusaba de ella. Gwerder no fue el único imputado. Junto a él, en el banquillo de los acusados, se sentó una joven que en el momento de los hechos era menor, identificada R.N.L. “Su participación fue secundaria”, dijo una alta fuente judicial a este medio.

En las oficinas, el empresario –según la acusación en su contra– obligaba a la niña a desnudarse y la tocaba en sus partes íntimas. Según se señala en el expediente, le exigía que lo tocara y le sacaba fotos con poca ropa o incluso desnuda. Llegó al punto de mostrarle videos pornográficos. Mientras la atacaba, la amenazaba con que, si no accedía a sus exigencias, le iba a decir a su padre y a su madre que se portaba mal. Mientras esto sucedía, la otra imputada permanecía en el lugar. Según la investigación, “le sugería a la niña que consintiera las demandas del imputado”.

C. declaró tres veces en cámara Gesell y dio detalles de todo lo que vivió. Su declaración fue clave para avanzar hasta el juicio oral. Desde la Policía de la Ciudad afirmaron que “el empresario aprovechaba la situación de marginalidad y de adicción a las drogas de una mujer para, a cambio de comida, dinero y juguetes, abusar de su hija”.

En ese mismo sentido, la fiscal Sagasta sostuvo en el expediente que “debe ponderarse el testimonio y los informes de la licenciada de la Unidad de Violencia Familiar del Hospital Elizalde, quien trató a la víctima brindándole tratamiento psicológico y señaló que en cada entrevista C. solicitaba que se le obsequiara algún objeto, muñeco o juguete, resultando una situación que la niña tenía internalizada hacer algo a cambio de un regalo como un modo de vincularse con los adultos, resultando ello evidenciado con diversos testimonios ya analizados que dan cuenta de que Gwerder, además de darle dinero a la madre, le proporcionaba a la niña presentes, como muñecas, ropa y la promesa de una bicicleta”.

Hombre de familia y empresario

La del año pasado no fue la única detención. El empresario Gwerder ya había sido detenido en febrero de 2015, después de que C. fuera atendida en el Hospital Argerich por dolores en su zona genital. Ante esta situación, la hermana mayor de C. denunció al empresario, quien por entonces fue detenido cuando estaba con la otra imputada en la causa. “Lo liberaron al poco tiempo porque no se pudieron demostrar los abusos”, dijo una fuente a Infobae. En ese momento comenzó cierto alivio para la nena, ya que los abusos cesaron mientras vivió en Glew con sus hermanas. Sin embargo, la víctima volvió a convivir con su madre unos diez meses después. A partir de ese regreso, el horror se reinició hasta el encuentro con Karina Roxana el 2 de enero de 2016.

El acusado presentaba una fachada impecable. Gwerder es padre de tres hijos, la mayor una nena de 10 años. “Está casado y su esposa lo acompañó alguna parte del juicio, después no se la vio más”, continuó una fuente ligada al caso.

En abril de 2004, Gwerder usó el domicilio de un viejo familiar en Olivos para fundar su principal empresa en aquel entonces, dedicada en los papeles de la AFIP al rubro de la basura. El trato con su familia no era particularmente cordial. “No lo quiero ver nunca más”, dijo a este medio una mujer allí que asegura haber cortado su vínculo con Gwerder hace años: “Siempre algo pasaba con Kurt, siempre te hacía alguna mala pasada”. La mujer se negaba a recibir las cartas con avisos y notificaciones de deudas de Gwerder que le llegaban a la puerta: “Las mandaba de vuelta”, aseguró. La mujer se sorprende al escuchar que el empresario fue condenado por abuso de menores, pero la sorpresa duró poco. “Que se ponga a picar piedras”, sostuvo.

Otra fuente muy cercana al caso reveló un dato que podría agregar más drama a la historia. Según se supo, algunas de las compañeras del colegio de su hija de 10 años, en la localidad de Escobar, denunciaron a Gwerder por abuso. “Esa investigación recién está comenzando, se están tomando las entrevistas de rigor y los informes psicológicos. Por ahora es lo que se sabe», dijo. Los teléfonos de la oficina del empresario en San Telmo hoy están desconectados. Datos del Banco Central revelan un rastro de al menos 400 mil pesos en cheques sin fondo.

C., por su parte, comienza a sanar. Está bajo el cuidado de su hermana. Su madre, acusada de ser su entregadora, está internada en un instituto psiquiátrico. El padre de la menor está preso con una condena de cinco años y, según averiguaciones de este medio, “es reincidente”.

En la segunda internación, en el Argerich, los médicos establecieron que el estado de marginalidad que la menor presentaba la hacía vulnerable. Según señalaron, tenía un “alto grado de compromiso en su desarrollo psicoemocional, asociado a situaciones de vulnerabilidad psico-social, escasa contención y exposición a situaciones de riesgo”; y que presentó “signos y síntomas compatibles con un estrés postraumático” relacionado con abuso sexual. Determinaron que los hechos de los que habría sido víctima tienen entidad “como para desviar el normal desarrollo no sólo sexual sino de la personalidad global de cualquier persona”.

La acusación contra el hombre fue por haber sido autor de los delitos de “abuso sexual calificado, por haber configurado en la víctima un sometimiento gravemente ultrajante en virtud de su duración y con la participación de dos o más personas; en forma reiterada y en concurso real entre sí”; y “corrupción agravada por tratarse de una menor de 13 años de edad y por haber sido cometido con amenazas”. Con respecto a la madre de C., se le endilga su participación necesaria, aunque secundaria. El juicio oral se llevó adelante en el Tribunal Oral de Menores N° 3 de la ciudad de Buenos Aires, integrado por Inés Cantisani, Gustavo González Ferrari y Sergio Real. Durante el debate, la fiscal Patricia Quirno Costa pidió 24 años y declararon más de 22 testigos, entre ellos Karina Roxana, los empleados del garaje de la calle Tacuarí y varios de los vecinos de San Telmo, quienes dieron cuenta del interés que tenía Gwerder cuando quería localizar a C. y su madre adicta, quien lo presentaba en el barrio como “el padrino” de la nena.

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