El involvidable grupo ABBA y la maravillosa voz de Agnetha

Por Susana Ceballos. Un estadio lleno, miles de fanáticos gritan por sus ídolos, una multitud se prepara para disfrutar un momento de comunión con los músicos. Del otro lado del escenario, una mujer siente que el miedo la paraliza.

«Vamos, vamos», le gritan, ordenan, alientan sus compañeros. Pero ella está ahí, inmóvil. Los músicos corren, los ayudantes también. Todo es adrenalina, ella sigue quieta tratando de dominar su miedo. Los que la ven, la juzgan como una rubia gélida a la que nada conmueve, ni la fama, ni el éxito, ni la devoción de sus fans. Solo ella siente el escalofrío que recorre su cuerpo, solo ella palpa como el pánico comienza a dominarla.

Del otro lado, la multitud grita su nombre. «Vamos, vamos, vamos» ya no piden, exigen. Alguien le acerca un vaso de whisky. Bebe el trago de un sorbo con angustia de sobreviviente. Pide otro y otro más. Se acomoda una sonrisa en la cara, arregla su pelo, ajusta ese enterito tan sexy como ajustado y sale al escenario.

La multitud estalla. Los fanáticos aman a esos músicos con sus canciones que transmiten una despreocupada alegría y les ponen el cerebro en pausa. Son el grupo ABBA acrónimo formado por las iniciales de sus integrantes: Anni-Frid «Frida» Lyngstad, Benny Andersson, Björn Ulvaeus y Agnetha Fältskog, la hermosa mujer rubia que solo con un «buen trago» puede pasar el «mal trago» que representa para ella subir a un escenario…

¿Pero cómo esa mujer sensual y talentosa, al que sus seguidores apodaron «la reina» llegó a padecer semejante pánico escénico? Vaya a saber, si la vida tuviera todas las respuestas no estaríamos tan llenos de preguntas. ¿Habrá sido algún trauma de infancia? Repasando su biografía parece que por ahí no hay frustraciones.

Agnetha, que nació el 5 de abril del 1950, creció en el pequeño poblado de Jönköping, en una familia de músicos. No había empezado la escuela primaria que ya asombraba con su talento, a los cinco años compuso su primera canción. A los 16 ya era toda una artista profesional y a los 18 llegó al tope del Svensktopper (ranking sueco), con otra composición propia «Jag var så kär» (Estaba tan enamorada).

Anni-Frid “Frida” Lyngstad y Agnetha Fältskog, las mujeres del grupo ABBA

Como frutilla del postre la eligieron para interpretar a María Magdalena, una de las protagonistas en la ópera rock, Jesucristo superstar. Pero no solo era afortunada en su carrera también lo era en el amor. Estaba comprometida con Dieter Zimmermann un productor y compositor alemán.

Mientras Agneta se lucía en el escenario, un joven oyente quedaba cautivado con su voz. Björn Ulvaeus también era músico y quería conocer a esa muchacha que lo hechizaba pero ¿dónde? La vida, el destino o simplemente la agenda decidieron darle una mano y en marzo de 1969 coincidieron durante la grabación de un programa.

Ese día Agnetha no solo conoció al hombre que sería el padre de sus hijos y futuro marido, también al músico con el que formarían parte de uno de los grupos más famosos e icónicos del planeta.

Al mismo tiempo que la artista comenzaba una relación pasional e intensa con Björn, en la misma época otros dos músicos se enamoraban entre bambalinas: Anni-Frid «Frida» Lyngstad y Benny Andersson.

Agnetha pronto conoció a Benny que además de músico era el gran amigo de Björn. Pronto organizaron un encuentro de parejas y no pudieron evitar la sorpresa y la risa. Es que Agnetha y Frida funcionaban como perfectas opuestas complementarias. Una era rubia, la otra morocha, Agnetha era soprano y Frida mezzosoprano, una era callada y algo tímida, la otra era locuaz y explosiva. ¿Los puntos en común? Eran hermosas, talentosas y magnéticas en el escenario.

En ese grupo de amigos nació ABBA. No surgió de la mente de un productor tampoco fue el proyecto marketinero de una compañía y quizá esa fue una de las razones de su éxito. Sus fans pronto percibieron que no era una banda prefabricada sino gente que se quería haciendo lo que quería.

El 6 de abril de 1974 se presentaron en el festival Eurovisión y arrasaron. Pronto todas las radios europeas se llenaron con sus canciones.

El fenómeno también llegó a la Argentina donde más de uno tuvo que recurrir a un atlas para saber dónde quedaba Suecia para no confundirlo con Finlandia y Noruega. La gente se asombraba con esos suecos que cantaban en buen español «Chiquitita», mientras que como un verdadero River- Boca los fanáticos se dividían entre los que amaban a Agnetha y los que idolatraban a Frida.

El éxito de ABBA era descomunal. Llegaron a vender 400 millones de discos. El grupo tenía un combo perfecto para destacarse en el pop: buenas voces, buenas canciones y un vestuario impactante lleno de brillos, plataformas y brillantinas que resaltaba sus cuerpos perfectos pero era imponible para cuerpos normales. Años después se supo que ese vestuario no había sido una estrategia comercial sino de ahorro. Es que en esas época el fisco sueco no cobraba impuestos a la ropa de trabajo o que fuera inviable – ridícula?-para la vida cotidiana…

La fama de Abba crecía y sus cuentas bancarias también pero no siempre tener éxito implica sentirse exitoso y algo de eso le pasaba a Agnetha. A medida que su fama aumentaba, su vida personal se desmoronaba.

«Yo soy una chica de campo, no una showgirl. A los demás les gusta la fiesta. A mí me gusta ser yo misma», era un argumento que ensayaba para explicar su tristeza constante.

Agnetha la chica de campo se sentía cada vez más asfixiada por el personaje de reina que representaba en ABBA. Quería estar con sus hijos Benny y Anni- Frid pero las giras no se lo permitían. Con Björn en el escenario estaban cada vez más juntos, pero en la vida cotidiana se sentían dos extraños. Cada vez que ella deseaba hablar con su marido se chocaba con el compositor de la banda.

En el verano de 1978 Bjorn se enamoró de la periodista Lena Kallersjö. Agnetha buscó ayuda en un psiquiatra, Hakan Lonnbak. Sesión va, sesión viene. La leyenda dice que la rubia terminó enamorada de su psiquiatra que le propuso una técnica por lo menos polémica para asumir la separación: una relación swinger con su ex marido y su nueva pareja.

Fue en esa época que Björn Ulvaeus escribió «The winner takes it all». La canción habla de una relación fallida donde «el ganador se lo lleva todo, el perdedor debe derrumbarse». ¿Y a quién eligieron para interpretar la canción? A Agnetha, obvio.

No había pasado un año del divorcio cuando el grupo decidió emprender una gira por los Estados Unidos. Agnetha dijo que prefería quedarse en casa con sus hijos pero obviamente estaba en minoría. La gira se hizo igual. Presentaciones en estadios, shows en televisión, faltaban unos días para terminar y volver a casa, cuando se volvieron a subir al avión privado que los trasladaba.

Los hombres conversaban, Anni-Frid dormía y Agnetha pensaba. De pronto una tormenta provoca que casi se estrelle el avión. Para Agnetha no fue una aventura más en su vida. Terminó el viaje con dos decisiones: nunca más volvería a subirse a un avión y nunca más dejaría a sus hijos solos en Suecia.

A partir de ese momento hacer giras fue imposible, Agnetha se negaba a salir del país y se movía solo con guardaespaldas. Fue el comienzo del fin del grupo. A diferencia de Yoko Ono -que siempre fue señalada como la culpable de la separación de los Beatles- a ella nadie la acusó por la ruptura de ABBA. Es que hacía rato que Benni y Frida estaban separados y con nuevas parejas. Los cuatro amigos unidos por sus canciones se habían transformado en cuatro seres que apenas se toleraban. En 1983, sin anuncios ni comunicados oficiales el grupo se disolvió.

Pero los problemas de Agnetha siguieron. En 1994, su madre se suicidó arrojándose por un balcón. Durante muchos años, su hija negó el hecho diciendo que era un «accidente». Dos años después falleció su papá.

La desilusión amorosa, la muerte de sus padres hicieron que desarrollara agorafobia, un gran miedo a estar en lugares públicos. Se recluyó en una casa inaccesible en medio de un bosque y en el centro de una isla. Para peor, en el 2003, una de las pocas veces que se animó a abandonar su refugio, se accidentó con el auto que viajaba lo que acrecentó su fobia.

En el amor sus elecciones fueron dudosas o extrañas. En 1990 se casó con el cirujano Tomas Sonnenfeldt, dos años después ya estaban separados. Entonces entró en su vida Gert Van der Graaf un joven holandés que desde chico era su fanático. Durante años le escribió cientos de cartas y la llamó por teléfono hasta que la estrella decidió darle una oportunidad porque «si está tan interesado en mí ¿por qué no?».

La relación duró un tiempo pero no prosperó. Cuando Agnetha decidió cortar, el admirador encantador, el novio devoto se convirtió en un fanático acosador que rondaba por la casa, le escribía cartas violentas y la perseguía las pocas veces que ella salía. Alquiló una cabaña y cubrió las paredes con miles de fotos de «la reina». Hasta que Agnetha hizo la denuncia y la policía intervino con una orden de restricción. No fue suficiente, el hombre siguió su acoso y luego de varios episodios violentos y 20 cargos fue expulsado del país.

Sola en su granja de Ekerö poco a poco Agnetha dejó de componer y cantar. Se interesó por el yoga, la astrología y por el gurú Deepak Chopra.

En 1997 publicó su autobiografía «Como soy» donde si bien no reniega de sus tiempos como estrella del pop describe lo complejo que es serlo. Si algún periodista le solicitaba una entrevista la respuesta siempre será «quiero estar sola y quiero que me dejen en paz».

Hoy Agnetha pasa sus días en calma. Suele dar largas caminatas por la isla acompañada de sus perros, dedica tiempo a sus caballos y sobre todo disfruta de sus hijos y nietos que viven en la zona. Se siente feliz con la mujer que es y no extraña a la estrella que fue. Si algún fan se acerca y le pregunta cuándo se vuelven a juntar ella lanza una carcajada y un contundente «Jamás, ya somos demasiado viejos para ello».

Por las noches, cuando la radio pasa alguna canción de ABBA ya no la apaga sino que se permite escuchar y muchas veces canta. Después se va a su cuarto, tranquila, sin la ayuda del whisky para dormir y mucho menos para vivir. Es que por fin Agnetha cumplió su deseo: ser una sencilla mujer de campo y no la reina del pop.

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