Dirty Dancing: el éxito en el que nadie confiaba y que hoy sería imposible de rodar

Dirty Dancing no es sólo una de las películas más exitosas de finales de la década del 80 , sino que por su historia de un amor entre una adolescente y un adulto, que incluye una crítica a las desigualdades sociales y un aborto clandestino, revela ser un film impensable para las normas actuales del consumo masivo .

La mujer detrás del «baile sucio»

Quien pensó la historia fue Eleanor Bergstein, una escritora que había nacido en 1938 en Brooklyn, en una familia acomodada formada por un padre médico, una madre ama de casa y su hermana mayor, Frances. Para los Bergstein era común pasar los veranos en el resort Grossinger’s Catskill, en el estado de Nueva York. Allí, mientras sus padres jugaban al golf, las hermanas aprendían a bailar. De hecho, Eleanor llegó a competir en concursos y se llevó el premio a «reina adolescente del mambo» y mientras estaba en la universidad, trabajó como instructora de danza.

En 1966 se casó con el poeta Michael Goldman, se fue de la casa paterna y comenzó a escribir historias, el sueño que siempre había tenido pero que no le era posible por las rígidas ideas entre las que se había criado, que dejaban a la mujer relegada a las labores domésticas. Primero publicó la novela Advancing Paul Newman , en la que habla de una joven en búsqueda de su emancipación, y que tuvo moderado suceso. Luego probó suerte con el guion y de inmediato logró que Hollywood se interesara por sus ideas.

Así nació Ahora me toca a mí , una comedia dramática que llegó a la pantalla en 1980 de la mano de Michael Douglas y Jill Clayburgh. En la trama original había una escena de baile profundamente erótica, que los productores decidieron no filmar por considerarlo «un baile sucio». Furiosa con la censura, la guionista decidió vengarse escribiendo una nueva trama, que ahora giraría sobre esa misma idea y de donde sacó el título.

Y a pesar de que la historia incluía un gran romance y mucha música, dos elementos centrales en los films de esa época, en un comienzo todos los grandes estudios de Hollywood rechazaron el guion de Dirty Dancing . «Lo escribí cuando estaban en cartel Flashdance , Footloose y Saturday Night Fever . Yo pensé que podía subirme a esa ola pero quedó claro que no. Y hoy lo agradezco, porque hubiese sido un desastre si un gran estudio apoyaba mi historia porque ninguna de esas otras películas estaba basada en la realidad. Creo que hubiesen convertido a mi historia en unas de esas fábulas».

Camino a la fama

Finalmente, en 1984, la productora de MGM Eileen Miselle compró el guion y decidieron hacer algunos cambios, como ambientar la trama en 1963. Sin embargo, una vez que avanzaron con la idea, la mujer no encontró el eco deseado en el resto del estudio y el proyecto terminó en un cajón. Convencida de que necesitaba un abordaje que sólo le daría un sello independiente, Bergstein lo envió entonces a Vestron Pictures, quien aceptó hacerlo sólo si se reducía el presupuesto original a menos de la mitad: en vez de 12 millones de dólares debía costar cinco. Esto obligó a pensar en nombres menos conocidos para el elenco y el equipo de producción.

En la silla de director terminó Emile Ardolino, quien no tenía experiencia en largometrajes pero estaba convencido de que podía hacer una gran película porque creía en el guion. En cuanto al reparto, parecía claro que la pareja protagónica debía saber bailar: era impensado lograr poner dobles, como había hecho Flashdance , y que quedara natural.

Después de un casting relativamente breve, ya que no había ni grandes sueldos ni un gran estudio detrás, quedó elegida una casi desconocida Jennifer Gray -de 26 años, hija del actor y bailarín Joel Gray- y Patrick Swayze, que para entonces tenía 34 años y algunas películas fuertes en su haber pero nunca como protagonista.

Swayze tenía formación como bailarín y sin dudas un carisma único. Ni bien leyó el guion quedó encantado de hacerlo pero su representante le aconsejó que desistiera, ya que temía que quedara encasillado en el rol de galán . Cuando los estudios quisieron avanzar entonces con Billy Zane, Swayze sintió que se perdía una gran oportunidad y dio el sí. Años más tarde Ardolino reveló que fue una alivio porque Zane, de sólo 20 años, no tenía química en pantalla con Gray.

Lo cierto es que el argumento de Dirty Dancing es sencillo y tiene poco de original: una adolescente de clase acomodada llamada Frances «Baby» Houseman y su familia pasan sus vacaciones en un campamento de verano en Catskills, en donde decide aprender a bailar. Allí conoce a un hombre que la hechiza: el profesor Johnny Castle, que no comparte su clase social y que parece ser un rebelde. Así se origina el clásico romance prohibido entre una joven inocente y su amor rebelde y sin dinero, que en este caso incluye más condimentos.

Si uno ve más allá de su superficie, se trata de una película con un fuerte tono político y un discurso sobre los hábitos de clase. El campamento al que la familia de Baby acude cada verano, al igual que el sitio al que iba la propia protagonista en su adolescencia, era un sitio para que los hombres de las clases altas se distrajeran jugando golf y tenis mientras las jóvenes aprendían a bailar y comportarse de la manera en la que se esperaba de una futura esposa. En muchas casos, los jóvenes que se conocían allí se casaban y reproducían la misma estructura familar. Los empleados del lugar, en cambio, eran jóvenes de clase baja que no tenían permitido meterse con sus «jefes» más allá de sus tareas cotidianas.

Aunque la trama transcurre en 1963 -«antes del asesinato de Kennedy, antes de que Los Beatles trajeran el rock a Estados Unidos», según dice la voz en off con la que arranca el film-, Dirty Dancing es una película creada y rodada en la presidencia de Ronald Reagan, en donde los conflictos de clase en los Estados Unidos dejan de ser sólo raciales para ahondar más en distintas grietas. Sin embargo, vista en 2020 no deja de impactar como casi la totalidad de las personas que aparecen en pantalla son hombres y mujeres de piel blanca.

Incluso el mismo romance entre Baby y Johnny sería hoy impensado en una película para público masivo: él con 34 años seduce a una adolescente de 18 años y es quien le explica «cómo funciona el mundo». El personaje de Swayze es un mujeriego empedernido, un hombre tóxico con historial sexual con sus alumnas y con sus madres, de las que se aprovecha por su belleza o por su dinero.

En una de las primeras escenas vemos cómo su jefe le pide que entretenga a las jóvenes hijas de los adinerados pero le advierte que no vaya más allá. «Dales a las malditas hijas un buen momento. A todas las hijas, incluso a sus perros. Enamoralas como sea, enseñales el cha cha cha, el mambo… Pero ahí termina todo. No lo arruines. Esto es un negocio, mantené tus manos en los bolsillos», le advierte. En la mirada de algunos críticos, el film es una invitación a bailar con un hombre tóxico.

Tomás Balmaceda

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