Roland Garros: el triunfo de Novak Djokovic sobre Rafael Nadal es el mejor de la historia del clásico

El número 1 mundial sorprendió al mundo al superar al español, en su tierra favorita, en cuatro sets y alcanzó la final de París; será este domingo, frente a Stefanos Tsitsipas

El encuentro fue una obra maestra del suspenso; “es el partido más increíble que haya jugado aquí”, dijo el serbio.

El mundo está patas para arriba. Estas cosas sólo ocurren en medio de una pandemia. Rafael Nadal, el mejor artesano de todos los tiempos sobre el polvo de ladrillo, declina en París en las semifinales, en su pista ideal. Se queda con la módica suma de 13 Roland Garros, no puede superar a Roger Federer, el otro intérprete enorme de la historia, instalados ambos en 20 de los grandes. No lo derriba un cualquiera: lo caza, en su propia casa, el número 1 mundial.

Novak Djokovic construye castillos en el aire: hace todo lo posible para que lo sienten en la mesa de los galanes. ¿Qué más debe hacer? Si acaba de destrozar al emperador de la arcilla por 3-6, 6-3, 7-6 y 6-2 en 4 horas y 11 minutos. Lo barre, al final, lo barre, pero el espectáculo global es uno de los más impactantes entre estas dos leyendas. Casi al mismo límite -o mejor aún- de aquella finalísima de Melbourne, cuando casi se hacía de día, luego de 5 horas y 53 minutos, que también se llevó Nole en 2012.

El resumen

No sólo es el mejor, Djokovic es finalista de Roland Garros: tal vez, lo que más deseaba en la vida, ya que se consagró apenas una vez, en 2016. Estira la ventaja en el súper clásico del tenis moderno a 30-28 y queda a tiro de los dos más grandes. Si gana este domingo, llegará a 19 Grand Slams. Historia viva. En el deporte mundial, hay artistas de excelencia. Pocos del calibre de Nole (34) y Rafa (35); entre ambos, llegan a los 69 años. Una trayectoria de excelencia en estos tiempos extraños, jamás vividos, que se inclina por el serbio.

Jugará este domingo contra el griego Stefanos Tsitsipas, que derrotó al alemán Alexander Zverev por 6-3, 6-3, 4-6, 4-6 y 6-3, y se clasificó a su primera final de Grand Slam. A los 22 años, el griego se convirtió en el primer jugador de su país en acceder a una final de Grand Slam, y también en el más joven en lograrlo, desde Andy Murray en 2010 en Melbourne. Nole lo mira desde arriba: 5-2 en el historial; sobre polvo de ladrillo, gana 3-0 y en Roland Garros, 1-0: semifinales de 2020, en una maratón: 6-3, 6-2, 5-7, 4-6 y 6-1.

“Es un privilegio estar acá, jugar un partido increíble contra Rafa. Es el partido más increíble que haya jugado aquí, en París. El mejor tenis de mi vida lo jugué esta noche. Es difícil explicar lo que siento, jugar con Rafa, esto es otro nivel, es muy especial”, cuenta Djokovic, que quiebra en el último acto de una batalla con bolas de fuego, emocionante, desde el primer tiro. Una obra maestra del suspenso, hasta el quiebre definitivo en el tie break del antepenúltimo acto de la función. Allí se acabó todo.

“Hay mucha presión, pero es un privilegio. Quiero mejorar mi carácter, mi juego, ese es el desafío que tengo aquí”, cuenta el tercer actor, en un triángulo de leyendas, convencido de que puede ser el que sume más grandes, porque es más joven, porque está entero, porque la ambición es su principal motor.

El prólogo de esta historia de suspenso, emociones y arte –el deporte sólo lo puede-, se pareció a un monólogo en español: Rafa iba 5-0 y ni cosquillas le hacían. Nole consiguió el primer game a los… 36 minutos. Sudó, de a ratos, Nadal, que alcanzó un 6-3 con oficio. El polvo de ladrillo sacaba chispas: cambiante, con pelotazos largos, con pelotas imposibles, con muñecas indescifrables (¿cómo hace Rafa para lanzar tiros ganadores, incómodo, de costado, desenfocado?), escribiendo, como siempre, la historia. El serbio se repuso con otro 6-3, mientras el público lo apoyaba un poco más (la teoría de que los parisinos tienen pesadillas con Rafa, siempre Rafa, tiene cierto sustento…) y la tardecita se convertía en noche. El sol se convirtió en luz artificial, algo que no suele agradarle al español.

Las pelotas pesadas de Nadal, solo frenadas por el cielo; las devoluciones de Djokovic, con la precisión de un relojero; las imposibles derechas a la carrera del español; el revés a dos manos del serbio, sutiles y explosivos, al mismo tiempo. Y se quebraban, de vez en cuando o ilimitadamente. El partido fue drama, comedia, de una tensión maravillosa. Una clase semejante de tenis debe contener un tie break, que se lleva Djokovic por 7-4, se lleva una mano a la oreja y luego, mueve sus brazos de modo enérgico, para que el público se entusiasme. No hacía falta: estaba extasiado, por la batalla y por una excepción gubernamental, a pesar del protocolo por la pandemia, la gente se pudo quedar hasta el final. En la cancha y en las reposeras externas, en un sector clásico del tradicional club.

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