Adiós al maestro: a los 86 años murió Carlos Timoteo Griguol

Sufría de neumonía, agravada por el contagio de coronavirus; lideró recordados proyectos en Ferro y Gimnasia; tenía 86 años

Carlos Timoteo Griguol, ex entrenador y un maestro del fútbol argentino, falleció esta mañana a los 86 años.

El ex DT de Gimnasia y Ferro, entre otros equipos, llevaba varias semanas internado en el Sanatorio Los Arcos de la Capital Federal a causa de una neumonía agravada por el contagio de coronavirus, que no pudo superar.

La noticia fue confirmada por Víctor Marchesini, exjugador de Ferro y Boca, y yerno de Griguol, en un mensaje en su cuenta de Twitter.

Había que estudiar, primero. El que no estudiaba, no jugaba. Había que pensar, primero. El que se entretenía con gambetas, no jugaba. Había que prestar mucha atención al pizarrón: con esa tiza blanca, pulcra, límpida, se aprendían secretos de la vida, más allá de cómo crear una fantasía detrás de una pelota parada. Se ofendía si un joven jugador, cuando los billetes se les caían de los bolsillos, compraba un automóvil, en lugar de una casa. Lo sacaba de quicio. “Vas a tener que poner un inodoro adentro al auto, para que puedan ir al baño tus amigos cuando los invites a tomar mate”.

El Beto Márcico, una bandera de Ferro, lo recordaba en una antigua charla con El Gráfico: “Siempre fue una persona muy honesta en la vida y en el fútbol. Apenas cobré mi primera plata, me aconsejó que comprara la casa, porque para el auto ya iba a tener tiempo. Y así fue que adquirí mi primera propiedad en Villa Luro. El coche recién lo tuve en 1983, cuando ya llevaba dos años de profesional”.

Carlos Timoteo Griguol fue un maestro: pocas veces en la vida ese concepto está cabalmente representado. Más aún hoy: pareciera que cualquier ilustrado es un maestro. No señor: el Viejo, Timo, fue el auténtico ejemplo de que el fútbol es una bella metáfora de la vida. Creó una escuela del juego, utilitaria, basada en la disciplina táctica y el rigor defensivo, sólo despreciada por los embusteros del mal entendido lirismo. El Ferro de los 80 y el Gimnasia de los 90 quedaron en la historia.

En el Oeste, el cordobés nacido en Las Palmas consiguió dos títulos, todo un síntoma de la época. Le puso el pecho a los grandes cuando pocos se animaban con la marca como bandera, la defensa como ley primera. En el Bosque, logró algo más valioso: el respeto de toda una comunidad. En Rosario Central, en Arroyito, además, se vistió de pantalones cortos (“era un típico 5, recuperaba la pelota y la entregaba”), -previo paso por Atlanta- y en River obtuvo otras dos estrellas. En el Gigante, campeón del Nacional 1973, se los conocía como Los Picapiedras, por su estilo barroso, sin elegancia. En Núñez, se abrazó a la Copa Interamericana 1987, un año después de la borrachera de títulos de todos los colores con el Bambino Veira. Pero lo suyo no fueron las vueltas olímpicas: era un hombre noble, bueno, al que había que escuchar con los ojos bien abiertos.

“¿Campeón? ¡Campeón de la…”

Exigencia física extrema, laboratorio en las horas de descanso, viejas temporadas con olor a nostalgia en las sierras de Villa Giardino. Espiaba a los rivales con métodos fantasmagóricos, enviaba emisarios a la trasnoche para pescar a un dirigido en posición adelantada.

Cascarrabias, de vez en cuando, filoso cuando lo creía necesario, las palmadas sobre el pecho de los jugadores del Lobo dispuestos en ingresar en el campo de juego, bajo una multitud alborotada, son imágenes de la nostalgia que el mundo del fútbol no puede borrar. En 2004 dirigió por última vez a Gimnasia, la entidad que lo convirtió en leyenda, tanto como Ferro, en donde tiene un monumento levantado en 2016.

Los viejos videos VHS para analizar a los adversarios generaban revuelo años atrás. Fue un adelantado en ese sentido también. Más de un futbolista se dormía entre tanto avance y retroceso. El Viejo no se andaba con vueltas: era capaz de darle un sermón o un suave golpe en la mejilla.

En River duró un suspiro, porque la etapa del Bambino Veira había sido un festín en todos los niveles, no solo de vueltas olímpicas. Quiso imponer su estirpe, pero… “Griguol venía de la mejor época de Ferro y la banda en River se había descarrilado. Dijeron: ‘Traemos a Griguol y metemos disciplina’. Pero no funcionó…”, contó Oscar Ruggeri, alguna vez.

El Mundo Gimnasia, a sus pies

Lúcido, inteligente, estudioso y pícaro, se había alejado del ruido de la pelota víctima de Alzheimer y recientemente había sido vacunado por el Covid-19. Con boina o con gorrita, elegante o de sport, riguroso hasta con las multas económicas, solía ser una referencia para todos, incluso los que no respetaban el arte de la planificación, incluso los fanáticos de Estudiantes. El Viejo era admirado, querido. “Yo quiero ganar y que mi equipo sea respetado”. Lo consiguió, solo con el transcurrir de los años.

El viejo maestro se va a pintar estrategias a otro mundo. Cada día nos sentimos más vacíos, mezclados en una pandemia que nos roba lo mejor de nosotros, lo mejor que tenemos. Tal vez, haya que seguir sus antiguos principios, más vigentes que nunca: “A los jugadores les exijo que hagan un curso de algo, que aprendan algún oficio. No acepto que me digan que sólo saben jugar al fútbol. Hay que estar preparado para la vida”.

Ese es su mejor legado.

Ariel Ruya

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