“Lo que las bombas nucleares hicieron en el siglo XX, seguramente lo haga la Inteligencia Artificial en el XXI”

Santiago Bilinkis y Mariano Sigman

Texto de José Totah // Fotos: Martín Lucesole

14 de octubre de 2023

El tenista André Agassi acaba de entender algo que puede cambiar el curso del partido y la historia de una rivalidad: mirar la lengua de su oponente cada vez que saca. El norteamericano tiene enfrente a Boris Becker, uno de los mejores sacadores –y voleadores– que se recuerden. Un solo detalle le está arruinando la fiesta al alemán y es que Agassi descubrió que Becker suele mover la lengua hacia un costado cuando hace un saque abierto. En cambio, si mantiene la boca cerrada, el saque va al centro. “Agassi tenía una superinteligencia que le permitía detectar rasgos casi imperceptibles para predecir la dirección de un saque; una red neuronal funciona de la misma manera: detecta atributos a partir de una pila abismal de datos”, describen Santiago Bilinkis, divulgador, emprendedor y tecnólogo, y Mariano Sigman, referente en neurociencia de las decisiones. Ambos escribieron el libro Artificial, la nueva inteligencia y el contorno de lo humano (Debate), que se lanzó en estos días. Juntos profundizan en la pulsión del ser humano por crear inteligencias y analizan cómo las conversaciones con la Inteligencia Artificial (IA) nos van a cambiar la vida; si es para (muy) bien o para (muy) mal, es algo que todavía está por verse.

Al comienzo del libro, Bilinkis y Sigman plantean que la Segunda Guerra Mundial precipitó el desarrollo de la IA y de la tecnología nuclear. Sin embargo, ambas tecnologías siguieron caminos distintos: mientras la IA quedó relegada a una curiosidad académica, el poderío del arsenal atómico fue clave para el balance geopolítico del mundo durante las siguientes ocho décadas. Los autores entienden que “lo que las bombas nucleares hicieron en el siglo XX, seguramente lo haga la IA en el XXI”. “Las indudables aplicaciones militares de esta tecnología pueden, una vez más, resultar la clave para el balance geopolítico de las próximas décadas”, consignan. Pero, en este caso, una buena parte de ese desarrollo tecnológico está en manos de corporaciones que, seguidas de cerca por los gobiernos, tienen sus propias agendas.

–Así como hubo una carrera por la conquista del espacio y por tener la bomba atómica, ¿se está dando una carrera similar por la IA?
–Bilinkis: El desarrollo de estos sistemas de inteligencia artificial requiere un tipo muy particular de chip, que no es el mismo que funciona en un celular, una tablet o una computadora normal. Y Estados Unidos está haciendo esfuerzos enormes por impedir que Nvidia, la principal fabricante de estos chips, le venda los modelos más avanzados a China. Eso te muestra que hay claramente una dimensión geopolítica, en la que el primer bloque que acceda a una superinteligencia va a tener una ventaja sobre el otro. Al final del día, ese es otro punto que es importante denunciar: lo que está en juego no es hacer un chat que te haga las redacciones del colegio; la meta es crear una inteligencia superior a la inteligencia humana.

–¿Para qué?
–Sigman: Para tomar decisiones de todo tipo: para hacer mejor un diagnóstico médico, para resolver un problema arquitectónico y diseñar un edificio con la menor cantidad de material posible; para mejorar cómo planea un avión. Pero también para armar a un ejército de un modo más efectivo o para manipular una elección…

–¿Y quién está ganando la carrera?
–Bilinkis: Depende de cómo lo midas. Si es por la cantidad de patentes presentadas anualmente en temas relacionados con IA, China lleva la delantera. Desde el punto de vista del desarrollo de hardware, Estados Unidos es más fuerte y le está impidiendo a China el acceso a ciertos componentes que son clave. Se parece mucho a la carrera nuclear: el que accedió primero al uranio enriquecido (EE.UU.), encontró el camino a la bomba. En este caso, la carrera todavía está abierta.

En el libro, Bilinkis y Sigman no hacen una aproximación a la inteligencia artificial como un manual tecnológico para expertos o nerds. Al contrario: se trata de una conversación profunda en la que exploran los laberintos de la inteligencia humana y repasan el origen, las utilidades y los riesgos de la IA en relación al mundo del trabajo, la educación y la política.

Sigman es uno de los directores del Human Brain Project (un ambicioso proyecto para la comprensión del cerebro humano); en su último libro, El poder de las palabras. Cómo cambiar tu cerebro (y tu vida) conversando, propone que la conversación abierta con gente que tiene perspectivas distintas sobre las cosas es “una fabulosa fábrica para aclarar el pensamiento”. Uno de los aspectos que más le sorprendió cuando empezó a usar ChatGPT no fue tanto lo que casi todos miran (las respuestas), sino cómo nos dirigimos a la inteligencia artificial. “Lo curioso es que somos muy amables cuando le hablamos, le pedimos perdón, le decimos gracias; y además son conversaciones buenas, porque nadie se acerca a una inteligencia artificial para hablarle del tiempo o de los lugares comunes. Por eso me parece una ironía y una paradoja que uno converse mejor con una inteligencia artificial que con su hermano, un primo o un amigo”, explica el neurocientífico.

Así nació uno de los ejes del libro: cómo extender la idea de la conversación a la conversación con la inteligencia artificial. “Es para todos los que miran esto desde lejos, con algo de temor, con algo de duda”, advierte Sigman. Sin embargo, los autores no usaron IA para escribir este libro. “La IA te resuelve ciertas cosas, pero también les quita tu impronta. No digo que la IA no podría haber hecho mejoras sobre el libro que escribimos, pero hubiera dejado de ser nuestro”, asume Bilinkis.

–Hace unos días se hizo viral un instagramer que decía que ChatGPT es la “fachada boba” de la IA. Es decir: la interfaz simpática de un monstruo con el que no sabemos qué puede pasar. Seguramente está mal expresado, pero ¿hay algo de cierto en lo que dice?
–Bilinkis: A ver… puede ser que ChatGPT sea una puerta “amable”. Sí, pero también puede ser otra cosa. Lo que está detrás de ChatGPT es un motor de inteligencia artificial extraordinario: GPT. Y la interfaz tampoco es cualquier interfaz. Por eso Mariano arrancaba con el tema de las conversaciones, porque es la forma que tenemos hoy los humanos de conectar más profundamente con la IA.

–Sigman: Hay una analogía que puede servir, para mí por lo menos. En la historia hubo una transición abrupta de la cultura cuando los libros que estaban escritos en latín y eran entendidos por poquísima gente pasaron a ser escritos en lenguas coloquiales, en románico, en español, en italiano, en francés… Eso es un poco lo que pasa con ChatGPT: ofrece la posibilidad de manejar un lenguaje coloquial que todos hablan y entienden, una conversación que antes era sólo para los pocos que comprendían el “latín” de la inteligencia artificial.

–¿Cuáles son los principales miedos de la gente en relación a la IA?
–Sigman: Uno de los ejemplos es la educación. Un maestro se pregunta, ¿cómo hago para darle una tarea a un alumno si él puede decirle a ChatGPT que se la resuelva y no hay forma de distinguir si la hizo él o una máquina? En relación al mundo laboral, también nos encontramos con que ahora tenemos máquinas que no sólo nos sacaron los trabajos rutinarios, sino también los creativos, los trabajos humanos. Estos dos ejemplos nos demuestran –y es el gran temor– que por primera vez en la historia las máquinas entran en un dominio que siempre habíamos pensado que era exclusivamente humano: el dominio de la creatividad, de la génesis de las ideas y de la toma de decisiones.

–¿Es el peligro de que la IA se nos vuelva en contra?
–Sigman: La inteligencia artificial puede tomar sus propias decisiones, encontrar sus objetivos; es decir que tiene, entre comillas, una razón de ser. Creamos un artilugio que se nos asemeja. Uno se pregunta qué pasa ahora que hemos tocado una fibra que hasta este momento no habíamos tocado. Y eso va desde miedos sobre qué va a pasar con el trabajo y con la educación hasta qué podría ocurrir si, de repente, todas estas inteligencias artificiales empiezan a tener su autonomía y un día deciden que son ellas las que no quieren seguir más nuestras instrucciones. Hemos creado máquinas que tienen su propio sentido de agencia y es la primera vez que esto ocurre; por lo tanto, ese es el fundamento del principal temor.

“Vamos a tener que redefinir qué hacemos con nuestras vidas si el trabajo dejara de ser necesario”

–¿Qué cosas tiene la inteligencia humana que aún no tiene la inteligencia artificial?
–Bilinkis: ChatGPT fue construido para producir discurso humano. La manera en la que se hizo fue enseñarle a una inteligencia artificial a predecir, de manera muy efectiva, qué diría un humano si le preguntaran tal o cual cosa. Para lograr eso se desarrolló una extraordinaria comprensión del lenguaje. El gran abismo que todavía queda es que tenés una máquina que habla como un humano, como si entendiera todo, pero sin entender lo que está diciendo. No es extraño que enseguida le atribuyas rasgos humanos: por eso le pedís por favor, le decís gracias… Y en realidad, del otro lado no hay alguien que entienda, pero actúa como si entendiera.

En El futuro del trabajo, el último libro del speaker y consultor Alejandro Melamed, se plantea que la mayoría de los niños que hoy están en la escuela tendrán trabajos que todavía no han sido inventados. Lo que aún no queda claro es qué rol tendrá la inteligencia artificial en la creación de esos nuevos puestos.

En un principio, se solía pensar que los trabajos amenazados por la IA eran los más rutinarios y repetitivos, y que los trabajos creativos iban a seguir siendo el refugio seguro para los humanos. Pero, al parecer, quedan pocos refugios. “Con la inteligencia artificial generativa lo que nos encontramos es que el monstruo lo esperábamos por la puerta y entró por la ventana. Si vos me preguntabas hace dos años cuál era el trabajo más seguro, yo y muchos otros decíamos ‘programador’; hoy es de los más amenazados, de los primeros que van a desaparecer”, opina Bilinkis.

Si antes se suponía que los trabajos creativos eran intocables, ahora “tendemos a pensar que dependerán más de lo físico, más del contacto con el mundo”. “Ni tan en chiste ni tan en serio, probablemente los trabajos más seguros serán los plomeros y los electricistas”, ilustra el emprendedor.

–¿Por qué el mundo del trabajo debería ilusionarse con la inteligencia artificial si hasta ahora pareciera que la mayoría de los puestos que son reemplazados por ella no se recolocan ni en el corto ni en el mediano plazo?
–Sigman: Un escenario posible es que exista una estructura de producción en la cual las inteligencias artificiales resuelvan una porción enorme del trabajo humano, incluso en áreas en las que históricamente se pensó que era improbable. Siempre va a haber algún tipo de supervisión humana, pero también puede ser que eso esté tremendamente diluido y que cada vez haya menos gente trabajando. Hay quienes proponen que, si en algún momento ya no dependés del trabajo humano, las organizaciones y los Estados deberían dar una asignación universal que permita a la gente desempleada tener los recursos necesarios para consumir aquellos productos del trabajo que ya no tienen. Toda la ética de la sociedad está asociada al trabajo, hasta el punto tal de que es un derecho, algo que forma parte vital de la trama social. La posibilidad de que desaparezca plantea un gran conflicto existencial, cognitivo, porque vamos a tener que redefinir qué hacemos con nuestras vidas si el trabajo dejara de ser necesario.

–Esto plantea una incertidumbre enorme…
Bilinkis: Nunca va a desaparecer por completo el trabajo humano. Ahora, sí es perfectamente posible que una persona pueda hacer, en un tiempo, el trabajo que hoy requiere de diez. Entonces vos podés ser esa persona que conserva el trabajo o podés ser uno de los nueve que no, y cualquiera de los dos escenarios va a presentar dilemas distintos. También es posible, por ejemplo, discutir un acortamiento de la jornada y decir: ‘todos trabajamos un décimo, una hora cada uno. ¿Es súper ineficiente? Bueno, sí, está bien, pero la productividad sube tanto por otros lados que quizás podemos afrontar la ineficiencia de trabajar un ratito cada uno’. Vamos a tener que modificar aspectos muy estructurales de cómo está armada la sociedad, tales como el acortamiento de la jornada laboral y la desvinculación del ingreso y el trabajo.

“Podemos delegar la implementación en una IA, pero no vamos a librarnos de tener que pensar qué sociedad queremos construir”

–Pero ¿cómo desvincular esa idea de ingreso y trabajo?
–Bilinkis: Cuando alguien recibe un ingreso sin trabajar, a través de planes sociales, la idea es que ‘hay algo que está mal’, que es ‘un paliativo temporario’, que no tendría que existir. Bueno, quizá no es que no tendrían que existir los planes sociales. Si se da un escenario estructural en el que efectivamente no hay empleo, no podés esperar que la gente trabaje para tener un ingreso y comer. Entonces tenés que romper el modelo mental de que el ingreso es una consecuencia directa del trabajo.

–Se rompe en muchos sentidos la noción de meritocracia…
Bilinkis: Si hay un componente de desempleo estructural del 50, 60 o 70 por ciento no aplica la idea de que ‘tenés que ganar más que el otro porque sos muy esforzado’. No vas a tener la chance, por más esfuerzo que hagas. Entonces, creo que los criterios de asignación de recursos en ese tipo de sociedad van a requerir ser amables con las características de ese momento. No podés aplicar los conceptos actuales de meritocracia (el que más labura tiene que ganar más, el que estudia más tiene que crecer). Tal vez eso pierda sentido y haya que inventar un nuevo criterio de asignación de recursos.

–¿Habrá que generar cientos de miles de planes sociales hasta que finalmente se acomode la sociedad?
–Bilinkis: Bueno, el ingreso universal es pensar al 100 por ciento de la población con planes sociales. O sea que tenés un ingreso que te garantiza el acceso a los bienes básicos. Si en ese escenario querés y podés trabajar, ¡bárbaro! Si no, por lo menos, vas a poder comer. Y no es una discusión que se está teniendo en el partido socialista. Son los países europeos los que están teniendo muchos de estos planteos. O Nueva Zelanda y Japón, por ejemplo, que hicieron experimentos de acortamiento de la semana laboral. En general los primeros resultados son bastante alentadores: cuando la gente trabaja un poco menos, no baja significativamente la productividad y se logra un mejor balance entre la vida personal y la profesional. O sea que, si el resultado de la inteligencia artificial fuera que todos trabajamos un poco menos, es fantástico. Ahora, si el resultado es todos trabajamos muchísimo menos o algunos no trabajan nada, es un escenario más complicado, y todavía estamos en ese período de incertidumbre.

–¿Podrán las IA gobernar mejor que las personas?
–Bilinkis: La respuesta es sí, van a poder tomar mucho mejores decisiones que nosotros para alcanzar objetivos de política pública. Pero hay un tema: a una IA tenés que decirle qué querés que maximice, ese sentido se lo das vos. Por ejemplo, podés pedirle que maximice “el bien común”; el problema es que todos los gobernantes buscan, en teoría, ese bien común, pero cada uno entiende por eso algo diferente. Para uno puede ser reducir la interferencia del Estado en las libertades individuales y para otro esa misma meta puede traducirse en lograr una sociedad con menor desigualdad. Podemos delegar la implementación en una IA, pero no vamos a librarnos de tener que pensar qué sociedad queremos construir.

–¿Es decir que vamos a votar algoritmos?
–Bilinkis: Probablemente no sea que votes al algoritmo, sino que va a aparecer un candidato que diga “yo voy a usar esta IA y le voy a pedir que haga X” y otro que diga “yo voy a utilizar esta otra IA para que logre Y”. La administración de un país va a estar mucho mejor resuelta por esos algoritmos. Y uno va a terminar votando al político que proponga los algoritmos y elija las metas que uno considere mejores para gobernar.

–¿Saben si Javier Milei, Sergio Massa, Patricia Bullrich, Juan Schiaretti o Myriam Bregman tienen a la IA en sus agendas?
–Bilinkis: No conozco la agenda implícita de cada uno pero, al menos de manera explícita, la IA no está en el radar de ninguno de los planes de gobierno de los candidatos. Y es preocupante que el próximo presidente no entienda de IA, porque creo que no se va a poder gobernar sin inteligencia artificial en un futuro cercano.

–¿Qué hubiese pasado si a los cinco integrantes del debate del domingo pasado se sumaba un sexto candidato totalmente coacheado por IA (una suerte de ChatGPT de carne y hueso)? ¿Hubiera ganado el debate? ¿Hubiera sabido contestar si le decían cosas como “gatito mimoso del poder económico”?
–Bilinkis: La gente tiende a asociar a la IA únicamente con el aspecto racional de la inteligencia, pero en realidad es mucho más amplio que eso: la inteligencia artificial actual entiende y es capaz de producir ironía, chicana y todas las otras habilidades que normalmente son utilizadas en los debates. Entonces así como Bregman llamó “gatito mimoso” a Milei, la IA puede encontrar maneras graciosas y ácidas de referirse a sus contrincantes. Con lo cual no puedo asegurar que una IA hubiera ganado el debate, pero seguro le hubiera ido igual de bien, hasta mejor, que a cualquiera de los candidatos. Esta mañana le pedí a ChatGPT que inventara un chiste desde cero, involucrando a Bullrich, Milei y Massa. Esto es lo que respondió. ¡Aclaro que no es obra mía sino de ChatGPT!

El pedido a ChatGPT:
Inventa un chiste vinculando a Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich.

La respuesta de ChatGPT:
Ah, te gustan los chistes políticos, ¿eh? Bueno, imaginate que Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich entran a un bar. Massa pide una cerveza artesanal y se pone a hablar de desarrollo sustentable. Milei, obvio, pide un whisky y se pone a gritar contra el Estado. Y Bullrich, ella pide un té y empieza a tomar notas para su próximo informe.
El mozo les trae la cuenta y Milei dice: “Esto es confiscatorio, ¡libertad!”. Massa sugiere hacer una colecta comunitaria para pagar. Bullrich, mientras tanto, ya está tuiteando sobre la “inflación en los bares porteños”.
Al final, se van sin pagar, cada uno pensando que hizo lo correcto. Y el mozo, bueno, el mozo se queda pensando que, en política, el único que siempre paga es el de siempre: el laburante. ¿Te copa el chiste?

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