Cinco enseñanzas de la economía para tener “superávit de bienestar”

"La Economía del Bienestar" se refiere a la salud, el cuidado, el deporte, el sueño, la comida saludable y todo lo incluido en un universo cada vez más amplio
Bienestar
Es el conjunto de las micro-decisiones diarias, y acumuladas en el tiempo, las que cambiarán el estilo de vida y su calidad Shutterstock

¿Qué es lo primero que viene a la mente cuando se habla de “Economía de Bienestar”?

Sebastián Campanario

Probablemente algún marco de progreso, un estado de bienestar de los países nórdicos, con récord de ingreso per cápita y también “felicidad” o bienestar emocional. Una segunda imagen podría ser la de todo el dinero y el mercado que involucra la nueva agenda de bienestar: los 1.5 billones de dólares al año (millones de millones de dólares, varias veces el PBI de la Argentina) que para la consultora McKinsey mueven la industria de la salud, el cuidado, el deporte, el sueño, la comida saludable y todo lo incluido en un universo cada vez más amplio.

Pero hay una tercera propuesta que tiene que ver con esquemas mentales y formas de pensar que acerca la economía teórica, y que pueden ayudarnos a convencernos de que incorporar hábitos saludables es más beneficioso de lo que pensábamos. Veamos cinco de los menos obvios y más valiosos:

El arma secreta de los inversores: La “magia” de lo que en finanzas se conoce como “interés compuesto” es lo que hace que el dinero a una tasa de interés determinada se multiplique luego de algunos años, con lo cual la primera recomendación en este campo siempre es empezar a ahorrar e invertir cuanto antes. Con los hábitos saludables pasa lo mismo: el tiempo juega a favor de estas micro-decisiones acumuladas todos los días. Y la dinámica opera igualmente en sentido contrario: el tiempo juega en contra de los malos hábitos. Un cigarrillo en un día hace muy poco daño, pero el acumulado en varios años puede ser mortal.

No cortar la racha: El economista de Princeton Rolan Benabou trabajó en modelos de “egonomía” (“economía del yo”) y economía de las tentaciones. Desarrolló un esquema matemático para entender mejor las “reglas personales” que alguien establece consigo mismo: correr tres veces por semana a una determinada hora, fumar sólo después de las comidas, etcétera. Un elemento central del esquema es la “autorreputación”: cumplir o no las reglas autoimpuestas aumenta o disminuye la reputación que uno tiene consigo mismo. Una de las conclusiones del modelo (que se verifica en la vida real) es que la gente tiende a cumplir con tareas que le demandan mucha fuerza de voluntad por “rachas”: va seis meses al gimnasio y se acumula auto-reputación, que luego se invierte en “tirarse a chanta” por unos meses. Y con las dietas sucede algo parecido: aguantamos un tiempo, y tan pronto nos damos un permiso, el costo marginal del segundo derrape (en términos de auto-reputación) es menor, con lo cual se cae en la espiral negativa.

Aversión a la pérdida: Las ideas de los economistas para fortalecer el autocontrol salieron de las ecuaciones matemáticas y llegaron años atrás a la vida real. Dos académicos de la Universidad de Yale, Dean Karlan e Ian Ayres, llegaron a crear un espacio digital en el cual uno podía hacer un contrato o una apuesta consigo mismo a futuro. Se fijaba un objetivo y se depositaba una cantidad de dinero considerable (típicamente, 5000 o 10.000 dólares). Si al cabo de un tiempo no se cumplía con la meta, el dinero iba a parar a una entidad benéfica. La tasa de éxito supera el 85% y sube a más del 90% si se elige una opción masoquista pero muy eficaz: pedir que se done la plata depositada a una causa que se odia (“anticaridad”). A la campaña de ultraderecha, si uno es de izquierda; a River, si uno es de Boca. Karlan y Ayres basaron su idea en un principio básico de la economía del comportamiento: el sesgo de “aversión a perder”, que indica que un fracaso o una pérdida nos impacta tres veces más en nuestro bienestar emocional que una ganancia o un éxito (con el signo cambiado). Aquí se invierten los incentivos: se pasa de la recompensa (verse más delgado, sentirse mejor) al castigo (perder plata), que es tres veces más eficiente.

A todo o nada: El economista Adam Davidson escribió tiempo atrás en la revista dominical de The New York Times un artículo titulado “Cómo la economía puede ayudarlo a bajar de peso”, en el cual contó cómo el teórico de los juegos y premio Nobel Thomas Schelling le enseñó que en muchas circunstancias los esquemas que implican alternativas “a todo o nada” son los únicos eficientes para lograr compromisos perdurables. Schelling lo aplicaba a las estrategias de la Guerra Fría (la gran fuente de inspiración de los primeros desarrollos en teoría de los juegos), pero Davidson los usó para bajar de peso. “El problema es que todas las fuerzas del mercado apuntan a las «terceras opciones», que nos hacen disminuir la culpa (comprar libros de dietas, pagar la cuota de un gimnasio al que nunca vamos, tomar bebidas light), con lo cual el objetivo se vuelve más difícil aún”, planteó Davidson.

Valor presente neto positivo: Los estudiosos de temas de longevidad hablan del concepto de “velocidad de escape”: el momento en el cual la expectativa de vida va a aumentar más rápido que el tiempo transcurrido, cuando haya avances muy radicales en el campo de la salud (cáncer, problemas cardiovasculares, etc). Por eso tiene mucho sentido llegar en buena forma física y mental a ese momento, que ocurrirá (esperemos) no muy lejos en el futuro. Los hábitos saludables, con este seteo mental economicista, tienen, como dirían en la disciplina de Adam Smith y John Maynard Keynes, “valor presente neto positivo”.

Sebastián Campanario

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