San Martín, el prócer de ayer cuyo ejemplo avergüenza a los «patriotas» de hoy

¿Qué se conmemora el 17 de agosto? Cómo fue el paso a la inmortalidad del Padre de la Patria.

Por Fernanda Jara

El General José de San Martín tenía 72 años cuando murió repentinamente. Fue el 17 de agosto de 1850, al lado de su hija, de su yerno y sus nietos. Dejó este mundo en la casa de Boulogne-sur-Mer, Francia, donde vivió sus últimos años.

Su muerte enlutó a parte de la actual América Latina: fue el libertador máximo de esta parte del continente y hacedor de la independencia en tierras que entonces estaban bajo el dominio de la Corona de España.

Al frente del Ejército en las batallas de Chacabuco y Maipú logró la liberación de Chile. En Lima atacó directamente al poder español y en 1821 consiguió la independencia de Perú. Murió en Francia y su cuerpo fue repatriado recién en 1880.

¿Qué fue lo que le pasó? Fue una muerte repentina. No hay acta de defunción ni historia clínica que constate alguna enfermedad, pero de sus propios escritos —y de los que dejaron sus allegados— el Padre de la Patria padecía gota, asma y úlcera.

En Perú es considerado el “Fundador de la Libertad del Perú”, “Fundador de la República” y “Generalísimo de las Armas”. En Chile, se le otorgó el grado de “Capitán General”
La vida de un héroe

Su nombre completo es José Francisco de San Martín y Matorras y nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, Corrientes, cuando la Argentina no existía y el actual territorio nacional pertenecía al Virreinato de Río de la Plata.

San Martín inició su carrera militar en España, lugar al que llegó con solo seis años. Allí alcanzó el grado de teniente coronel y tras servir 22 años en el Ejército local decidió regresar a su tierra natal.

Al llegar se puso al servicio de la lucha por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Nacía el prócer.

El 12 de noviembre de 1812, a los 34 años, contrajo matrimonio con María de los Remedios de Escalada, de 14 años, en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires.
Su carrera militar en el Río de la Plata fue excepcional y no tardó en convertirse en el líder de las milicias: su primer paso en estas tierras fue la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo y más tarde reemplazó al General Manuel Belgrano —tras las derrotas de las batallas Vilcapugio y Ayohúma— al mando del Ejército del Norte.

En 1814, fue nombrado gobernador de la intendencia de Cuyo, con sede en Mendoza. Allí comenzó los preparativos para la campaña al Perú.

En 1817 realizó su mayor proeza y la más grande de la historia: el Cruce de los Andes con su ejército. Así inició la conquista anhelada.

Tras comandar las batallas de Chacabuco y Maipú, logró la independencia de Chile de la Corona de España. Fue por más: dio un revés estratégico contra el enemigo en Lima y atacó el epicentro del poder español. En 1821 liberó a Perú.

En 1822 se encontró con su par Simón Bolívar, con quien selló una de las reuniones más importantes de la historia de la región, «La entrevista de Guayaquil». Como resultado de los acuerdos, San Martín dejó parte de su ejército al mando de Bolívar para continuar con la misión libertadora y posteriormente regresó a Mendoza.

En Cuyo, corría enero de 1823, el Libertador pidió regresar a Buenos Aires para acompañar a su esposa enferma. La aprobación llegó tarde: el 3 de agosto de ese año Remedios de Escalada murió.

De retorno a Buenos Aires, la situación no era la que esperaba: la disputa entre unitarios y federales hizo que optara por regresar a Europa en 1824. El destino, Francia.

Para 1825, preso de las dolencias físicas de los años de lucha (sobre todo la úlcera hemorrágica y la artrosis) y las preocupaciones que hostigaban su mente escribió Máximas para mi hija.

Enterado de la situación que se vivía en América intentó regresar a Buenos Aires, pero permaneció un tiempo en Montevideo y, finalmente, en 1831 se radicó definitivamente en una finca de campo cercana a París, Francia.

El 23 de enero de 1844, San Martín escribió su testamento. Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada, su única hija, fue nombrada como su heredera. En ese escrito también expresó su voluntad: «Desearía que mi corazón fuese sepultado en Buenos Aires».

El prócer murió en una habitación alquilada el 17 de agosto de 1850 en Francia. Su último deseo fue cumplido recién el 28 de mayo de 1880 por gestión del presidente Nicolás Avellaneda. Desde entonces, sus restos descansan en la Capilla Nuestra Señora de la Paz, ubicada en la Catedral Metropolitana, y es custodiado permanentemente por dos granaderos.

En agosto de 1819 San Martín le escribió a su amigo Tomás Guido sobre sus dolencias: «Ya estaría en Buenos Aires de no haber sido un diabólico ataque de reumatismo inflamatorio que me ha tenido once días postrado de pies y manos y sufriendo dolores agudos: ayer me levanté algo más aliviado».

Esta enfermedad articular se le manifestó a partir de los 39 años; los factores desencadenantes fueron el frío, la fatiga y –una vez más- las preocupaciones. Los motivos para hablar de gota y no de reumatismo son las localizaciones del dolor: habitualmente las muñecas, las manos y los pies. También el hecho de que, luego de los ataques, recuperaba la movilidad articular y no había deformaciones. En la única fotografía de San Martín –el daguerrotipo tomado dos años antes de su muerte- se ve una de sus manos, sin deformidad.

El argentino Félix Frías, corresponsal de El Mercurio en Francia, llegó a Boulogne sur Mer pocas horas después de la muerte de San Martín y dejó un relato detallado de lo que pasó aquel día.

«El 17 (de agosto), el general se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyeran los diarios (…). Hizo poner rapé en su caja para convidar al médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia. (…) Después de las dos de la tarde, el general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos de estómago. El doctor Jardon, su médico, y sus hijos estaban a su lado. El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente, el general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que la alejara, y expiró casi sin agonía».

Máximas para mi hija y el deseo de cómo debían criar a Merceditas

En 1825, José de San Martín escribió una lista de consejos dirigidos a quien quedara a cargo de la crianza de su única hija, Merceditas, de entonces de 9 años.

Allí, el prócer vuelca los ideales que tenía para que fuera educada y se destaca el deseo de que la niña fuera sensible y respetuosa con el prójimo.

1- Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican. (Laurence) Stern​ ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: «Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos».

2- Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.

3- Inspirarle una gran confianza y amistad, pero unida al respeto.

4- Estimular en Mercedes la caridad con los pobres.

5- Respeto sobre la propiedad ajena.

6- Acostumbrarla a guardar un secreto.

7- Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.

8- Dulzura con los criados, pobres y viejos.

9- Que hable poco y lo preciso.

10- Acostumbrarla a estar formal en la mesa.

11- Amor al aseo y desprecio al lujo.

12- Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad.

El pensamiento del Libertador resumido en sus 15 frases más célebres

-Hace más ruido un sólo hombre gritando que cien mil que están callados.

-Sacrificaría mi existencia, antes de echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición.

-Mis necesidades están suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo.

-Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles, mi edad mediana al de la patria, creo que tengo derecho de disponer de mi vejez.

-Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo.

-Seamos libres y lo demás no importa nada.

-En defensa de la patria todo es lícito menos dejarla perecer.

-Uno debe saber vivir con el dinero que tiene.

-Mi sable nunca saldrá de la vaina por opiniones políticas.

-No esperemos recompensas de nuestras fatigas y desvelos.

-El que se está ahogando no repara en lo que tiene a mano para agarrarse.

-La seguridad de los pueblos a mi mando es el más sagrado de los deberes.

-La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien.

-Prohíbo que se me haga ningún género de funeral; y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente al cementerio sin ningún acompañamiento.

-Serás lo que debas ser o no serás nada.

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