Opinión: El huevo de la serpiente, las sombras transparentes, Lady Macbeth y el pasado que vuelve

El huevo de la serpiente incuba veneno. Es transparente. La ponzoña afilada se deja ver. Es semejante a la sombra que también es transparente. La sombra es oscuridad que no oculta. Detrás de la sombra se ve lo que hay.

Así, se perciben y se inscriben ciertas oscuridades tóxicas que se disponen a atacar con dientes acanalados. Los lances pérfidos se arrojan al ruedo azuzando la reforma de la Constitución, el trastocamiento del régimen de los arrepentidos que dependerán ahora del arbitrio del Ejecutivo, y el amague de intervención a la Justicia de Jujuy, con el abierto propósito de liberar a esa mujer tan alabada por el porteñismo progre y tan refutada por las mayoría de los jujeños. Ella está condenada por robar, por amenazar, por golpear y por expandir su autoritarismo con amparo y con venia de las cúspides que antes la auspiciaron y que ahora volvieron para presidirlo todo o casi todo. Se volvió moda despreciar a Jujuy, según parece por las manifiestas ignorancias propaladas radiofonicamente bajo la forma de chistes que no conjuran su relación con el inconsciente portuario, y por ésta injerencia unitaria revestida de restauración guevarista.

Los presagios no se atenúan. El reptil político y sombrío se dispone a eyectar el flujo de sus pócimas que gangrenan a la democracia.

Son mensajes que gatillan anzuelos para clavarnos un trastocamiento institucional que garantice comodidad para los malhechores con carnet gubernamental, que auspicie impunidad sin ecumenismo (habrá redención solo para los del mismo palo), que transmita por todos los altoparlantes y que inscriba en la piel de cada uno una admonición que se pretende perdurable: acá no se arrepiente nadie más.

Los arrepentidos la van a pagar. Ya quedaron a la intemperie, a merced de las crías arrastradas de la serpiente.

Lady Macbeth maneja los hilos. Y millones se arrodillan ante sus deseos. Ella jamás atenúa su poderosa presencia.

Los que precedieron a éstos jerarcas, tampoco fueron angelicales ni eficientes. Dejaron a fuerza de inoperancia la compuerta abierta para el ávido zarpazo del neochavismo.

Pero el nudo originario del problema vive en el fondo abismal de la sociedad que elige ungir a Lady Macbeth por sobre todo el resto.

¿Dónde está el antídoto? ¿Cómo se evitan el ingreso o el reingreso al lado oscuro?

Nos haría falta un alarde de disidencia sin culpas con el resucitado reino doctrinal de Zamba y de todos sus duendes difusores del vetusto esquematismo, maniqueo y recitador de fórmulas binarias.

La democracia y su sombra transitan también por la desazón de la miseria y de la enfermedad: el dengue y el sarampión también acecha y matan.

Las balaceras de Rosario y de sus periferias arrecian y aumentan. Un ministro afirmó que se trata de masacres estacionales. ¿Cómo es entonces la ecuación? ¿ Debemos estar disponibles para morir asesinados hacia el fin del verano?

El recurso a la fatalidad desdibuja las responsabilidades oficiales.

Entre tantos disparates pareciera abrirse una luz en las negociaciones con los acreedores, pero esa eventual remontada de la deuda no garantiza el respeto a futuro de la libertad y la justicia.

Fueron demasiadas las ocasiones en la que los autoritarismos se potenciaron exaltando sus logros económicos. Pero no hay por qué preocuparse por eso. Estamos sideralmente distantes de toda bonanza.En todo caso; tanto en el bienestar como en el malestar, la astucia de la antidemocracia militante ausculta bien los intersticios para diseminarse sin pausa, vivoreando la noche para volverla absoluta.

La sombra se ajusta al espacio que la contiene, se dobla, se alarga, se adapta al onírico devenir de una sociedad que no encuentra sus luces mientras surca con los dos dedos en V por la senda de sus manías retrospectivas. La opacidad hipnotiza. La tiniebla despierta los fantasmas. Argentina regresa y no progresa.

La anacrónica satisfacción de la resignación, que detiene al tiempo y lo congela postrado en esa gran excusa; “ya no hay nada que hacer”, es un goce del sufriente que disfruta de su parálisis y que abre las puertas de todas las agonías.

Es un abatimiento perentorio.

A veces acontece en el cuerpo social un extraño acostumbramiento a las heridas. Se ahondan, pero parece que con su agravamiento se sintiera menos dolor.

Es una anestesia biológica y defensiva. Y letal. El antídoto es el de los ojos abiertos.

Se trata de mantener la vista fija y viva en todas las llagas antes de que se infecten del todo.

Con los ojos bien abiertos, sin nada en los bolsillos, y solo con el capital intangible de las palabras podría construirse quizás un boquete para salir del pozo, para liberarnos progresivamente de este nido de víboras y de la madre de todas las serpientes.

Miguel Wiñazki
Clarín.com Opinión.

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