Las evidencias cada vez más elocuentes que se ventilan en las causas de la corrupción kirchnerista ponen también a prueba a la sociedad.

La excusa, la finta a la propia responsabilidad, es un arte que los malos políticos acaban por dominar
Malena Galmarini
Malena Galmarini muestra una serie de propiedades de alto nivel en las que, según informó, se pagan facturas bajísimas de agua

Cuando al talento natural se le suma una práctica obsesiva, los resultados son sorprendentes.

Por: Héctor M. Guyot

Pero, reconozcámoslo, son los dirigentes del actual gobierno los que han llevado este deporte de riesgo a la categoría de disciplina olímpica. La naturalidad con la que acusan al otro del crimen fresco que acaban de cometer es pasmosa. De esta forma no solo eluden la autocrítica y la rendición de cuentas sino que, en el mismo gesto, pasan a la ofensiva. Como si fueran adalides de la moral y la decencia.

En esto, Sergio Massa está dando cátedra. Dio una gran lección, ayudado por sus funcionarios, durante la presentación de los aumentos en las tarifas de los servicios públicos. La presidenta de AYSA, Malena Galmarini, presentó el tarifazo no como una parte esencial del ajuste fiscal, sino como una justiciera “redistribución de subsidios”. Fue todavía más allá con un escrache en el que exhibió fotos de tres “edificios emblemáticos” de la Capital Federal y una casa de San Isidro. Los ricos, dio a entender, se benefician con subsidios indebidos. No importa que los subsidios hayan sido una estrategia populista de Néstor Kirchner que, para peor, le procuraba rédito político mientras ampliaba la desigualdad de la sociedad argentina y condenaba al país a la crisis actual. Tampoco importa que el kirchnerismo haya aprovechado el déficit energético como otra oportunidad para la corrupción. La culpa, siempre, está del otro lado. Y más cuando se trata de reforzar el relato de un peronismo junto al pueblo.

La ecuación es simple. La falta propia se borra con la culpa ajena gracias al efecto espejo: veo en el otro el pecado que yo cometo pero jamás admitiré. El ministro de Economía volvió a dar otra clase magistral con las palabras que usó para llamar al diálogo, al que convocó con fervor “por más que aparezcan aquellos que viven de la Argentina dividida”. ¿Hay que recordarle con quién pactó para estar adonde está?

El caso Milagro Sala

Como todo, el efecto espejo tiene sus límites. Una excolaboradora de Milagro Sala relató cómo la líder de la agrupación Tupac Amaru se quedaba con el dinero destinado a la cooperativa, identificó 27 propiedades que se le adjudican y relató la forma en que sacaban la plata del país o la llevaba a Olivos, lo que fue confirmado por otro arrepentido. Sala recurrió a la técnica del espejo: dijo que es una víctima del gobernador Morales, al que acusó de comprar testigos.

Al mismo recurso apela Cristina Kirchner ante sus propios desvelos judiciales. No tiene otro, y ese no parece resultar suficiente. A fin de cuentas, se trata de un recurso retórico (eso es el invocado lawfare, ni más ni menos) que debe dar vuelta el peso de una evidencia empírica descomunal. Cuenta con el invalorable sostén, eso sí, de un relato urdido con la malversación de distintos elementos, entre ellos las cuentas no saldadas de nuestra historia, un resentimiento social al que supo darle cauce y la necesidad de pertenencia de vastos sectores, que encontraron en el kirchnerismo la identidad que les faltaba.

La lucha que definirá el destino del país es esa: el relato versus la prueba contante y sonante; el lawfare contra la imagen de los bolsos (los de Sala, los de López, ambos soldados de Cristina). En suma, la ficción contra la realidad.

Es una lucha que no está limitada a los tribunales. Las evidencias cada vez más elocuentes que se ventilan en las causas de la corrupción kirchnerista ponen también a prueba a la sociedad. En otro país, un alegato como el que está desplegando el fiscal Diego Luciani ya hubiera definido el combate en favor de la realidad. No es así en la Argentina. Aquí tenemos debilidad por la ficción, apuntalada hoy por los cínicos que medran con ella pero también por los fieles que creen en la palabra de la vicepresidenta como si fuera la verdad revelada. El dogma religioso no se discute. Se cree en él y punto. Para los creyentes, cada nuevo elemento de prueba que incrimina a la jefa confirma la confabulación del mismo demonio, encarnado por los medios independientes y los “grandes intereses económicos”.

Entre cínicos y fanáticos

Este es el sustrato del lawfare. Apoyada en ese capital dudoso, Cristina Kirchner se juega su única carta. Y lo mismo los cínicos y los fanáticos que ponen a la vicepresidenta por encima de la división de poderes, el orden institucional y la república. Hebe de Bonafini pide una pueblada si condenan a Cristina Kirchner. “Si la tocan a Cristina…”, amenaza La Cámpora. “Con Cristina no se jode”.

El relato es el colmo del efecto espejo. Ya no solo se le adjudica al otro la responsabilidad por la falta puntual cometida, sino que se proyecta en él toda la perversidad para sindicarlo como la encarnación del mal. Instalada la idea, el engaño tiene el camino allanado. Esto es lo que hoy se resquebraja. El valiente trabajo de los fiscales Luciani y Mola está dejando poco espacio para el sueño pesadillesco de la ficción. La mentira y la hipocresía están cada vez más expuestas. Pero habrá que estar preparados: son muchos los que pierden mucho si la sociedad por fin despierta.

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