Secretos de un matrimonio: la aventura de revisitar a Ingmar Bergman en tiempos de poliamor, mujeres empoderadas y hombres antipatriarcales

Con los protagónicos de Jessica Chastain y Oscar Isaac, la miniserie creada por Hagai Levy reproduce la estructura de la obra clásica del cineasta sueco para exponer la compleja intimidad de una pareja

Al comienzo de Secretos de un matrimonio, Mira (Jessica Chastain) y Jonathan (Oscar Isaac) son entrevistados por una estudiante que hace una investigación para su tesis doctoral acerca de cómo “las nuevas normativas de género afectan a los matrimonios monógamos”.

 

Queda claro desde el vamos, entonces, que la miniserie se propone una excursión similar en su adaptación a las sensibilidades contemporáneas del clásico de Ingmar Bergman Escenas de la vida conyugal (1973).

El camino que elige es el esperable: Chastain e Isaac intercambian los roles del original, protagonizado por Liv Ullmann y Erland Josephson. El personaje de Ullmann era una abogada insegura y frágil, sometida al científico petulante encarnado por Josephson que decidía abandonarla (estas posiciones, sin embargo, se mueven varias veces a lo largo del relato). Aquí, Chastain interpreta a una poderosa ejecutiva de una compañía tecnológica que gana mucho más que el marido y paga las cuentas en su hogar, mientras que Isaac es un profesor de filosofía que trabaja desde casa y se ocupa del cuidado de la hija que tienen en común. Esta inversión en la dinámica de poder de los géneros, que ya es un cliché en las remakes contemporáneas, se mantiene en los principales sucesos de la historia.

La biopsia detallada de un matrimonio, poniendo al sol cada mezquindad, traición o claudicación nunca se había llevado a la pantalla con el grado de franqueza y severidad con el que lo encaró Bergman. A 50 años del estreno de su miniserie o, más precisamente, del largometraje de casi tres horas al que fue reducida para su distribución fuera de Suecia, existe una larga estela de ficciones que cargan con su influencia y que llega hasta una apropiación muy lograda como Historia de un matrimonio (2019), de Noah Baumbach, o hasta Gente Normal (2020), la miniserie basada en la novela de la irlandesa Sally Rooney, que también ofrecen visibilidad absoluta sobre la intimidad de una pareja. En consecuencia, esta remake se nos aparece como objeto familiar, un relato similar a otros sobre un tema transitado que, por más que incorpore mujeres asertivas y hombres antipatriarcales o cambie el adulterio por el poliamor, nunca podría tener un impacto similar a la obra maestra de Bergman, que fue la que rompió el tabú de hablar de lo que no se habla, es decir, de lo que ocurre realmente en el microcosmos de la pareja.

Indudablemente, la serie será mucho más apreciada por quienes no hayan visto la original. Para quienes sí la hayan visto la comparación será inevitable porque el showrunner Hagai Levi (el creador israelí de En terapia) reproduce la estructura y muchas de las escenas de la miniserie sueca con más o menos alteraciones que, medidas contra Bergman, se sienten como elecciones fallidas. La creación del sueco empieza con una boutade: los protagonistas posan mirando a cámara. Esta breve ruptura de la “cuarta pared” se justifica cuando queda claro que están siendo fotografiados. La nueva versión, en cambio, rompe la ficción de un modo más brutal: comienza con una cámara que sigue a la actriz Jessica Chastain por un estudio de filmación mientras asistentes le preguntan “Jess, ¿a qué hora almuerzas?” o le acercan café; la actriz ingresa a la escenografía, se escucha una voz que grita “¡acción!” y comienza la historia. Este recurso demasiado exhibicionista se repite en cuatro de los cinco episodios sin que haya una razón muy evidente más que subrayar la representación, acaso decir que dentro de la pareja también se actúa, se juegan roles. La pose fotográfica de los personajes de Bergman sugiere lo mismo de modo mucho más austero y sutil.

La miniserie es un tour de force para los protagonistas, que están en todas las escenas. Si bien ambos son competentes y tienen una química que ya había sido probada en El año más violento (2014), la incontinencia gestual de Chastain, que debe querer significar “neurosis”, hace extrañar la mucho más poderosa expresividad contenida de Ullmann. El novelista Bret Easton Ellis, quien es un muy buen crítico de cine, escribió que en Hollywood no se dan premios a quien actúa mejor sino a quien actúa “más”. Este trabajo de Chastain pertenece a esa escuela. Y algo similar puede decirse de la serie, distanciada del ascetismo de Bergman que traspasa la pantalla como un realismo áspero y en carne viva, para recargarse con los calculados twists y una intensidad forzada y requerida para nuestra época de peak tv.

Hernán Ferreirós

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