Gabriela Cerruti traza un retrato demoledor de un presidente con demasiadas similitudes con Alberto Fernández

Gabriel Cerruti y Alberto Fernández...otros tiempos

La exvocera de la Presidencia recurre a la ficción para describir a un líder “cobarde, mentiroso y maltratador”, en un relato donde la distancia con la realidad es apenas aparente.

Gabriela Cerruti presentó en la Feria del Libro su primera novela, El veneno del poder, publicada por Sudamericana. Bajo la forma de una ficción política, traza el retrato implacable de un presidente que, aunque lleva otro nombre, resulta inquietantemente similar a Alberto Fernández, a quien acompañó como vocera durante gran parte de su mandato.

El protagonista de la obra es Salvador Gómez: profesor de Derecho, sin casa propia y con un pasado como jefe de Gabinete de Pedro Sacristán. Aunque no se dice explícitamente, la analogía con Fernández es evidente. De hecho, Gómez vive en un departamento prestado en Puerto Madero, como el exmandatario, y mantiene una relación enfermiza con el expresidente que lo llevó al poder, un personaje que combina rasgos de Cristina y Néstor Kirchner.

El perfil de Gómez es desolador: Cerruti lo describe como un hombre “mentiroso, cobarde y violento”, compulsivo con las mujeres, inmaduro, incapaz de gobernar y absorbido por una maquinaria de poder plagada de corrupción, aprietes y negociados. Aunque se escuda en el artificio literario, las referencias al gobierno de Fernández son demasiado numerosas y precisas para ser ignoradas. Escenas casi calcadas de viajes presidenciales, reuniones clave y momentos de crisis aparecen apenas disfrazadas. Una en particular, que remite al viaje oficial a Bali, es reproducida con asombrosa fidelidad.

La novela no sólo arroja una mirada devastadora sobre el presidente. También expone a Cerruti ante cuestionamientos éticos: ¿utiliza la ficción para decir lo que no se animó a denunciar en tiempo real? ¿Viola un deber de confidencialidad al revelar, aunque en clave novelesca, intimidades del poder a las que accedió por su cargo? Al narrar episodios de violencia de género, abusos de poder, presión sobre jueces y pactos con periodistas, la autora se sitúa en un terreno ambiguo donde la frontera entre imaginación y testimonio parece diluirse.

Uno de los personajes más controversiales de la novela es Samantha, la primera dama ficticia, presentada como alcohólica y depresiva, atrapada en una relación de maltrato con Gómez. Su destino trágico –muere envenenada– aporta una dosis de dramatismo que remite a la telenovela, pero también puede interpretarse como una metáfora de un ciclo político tóxico y autodestructivo. “Se volvió un monstruo. Siempre fue agrandado y mentiroso. Pero era dulce… me cuidaba”, le hace decir la autora en una escena estremecedora.

Llama la atención, además, que el presidente ficticio no tenga vocera ni portavoz. Cerruti se borra de la trama, acaso como estrategia para evitar su propia exposición o para no asumir un rol que hoy parece pesarle.

El veneno del poder también incluye otros personajes reconocibles con nombres cambiados. El más obvio es Jaime Malson, mezcla de Javier Milei y Mauricio Macri, dueño de gatos en vez de perros, exarquero y empresario mediático. También aparece un periodista, Leopoldo Valaguer, cuyas características recuerdan sin rodeos a Horacio Verbitsky: exguerrillero, informante, operador político y autor de columnas dominicales influyentes.

Cerruti parece utilizar una “licuadora” de biografías para construir su ficción. Pero las piezas del rompecabezas son tan transparentes que terminan reforzando la sospecha de que no se trata de una novela, sino de una especie de confesión en clave. Incluso cuando describe cómo el Ministerio de la Mujer fue creado por sugerencia de un periodista que impuso como titular a una mujer que era su amante, el relato deja traslucir insinuaciones inquietantes sobre el detrás de escena del poder.

El libro no revela nada que no se haya dicho antes, pero lo hace con la particularidad de provenir de alguien que estuvo adentro, en el corazón mismo del dispositivo gubernamental. Cerruti retrata a un presidente frágil, atrapado entre su inseguridad y el deseo de aprobación de Sacristán. “Estoy esperando que me mire, que me elija… Que por fin, de una puta vez, me quiera”, confiesa el protagonista en la página 214.

Más adelante, la autora resume con crudeza: “Sacristán lo detesta. Ve en él la confirmación de su mayor error: su incapacidad de construir herederos”.

A través de esta novela, Cerruti parece cerrar –o al menos intentar cerrar– una etapa de su vida política. Pero lo hace sin asumir plenamente su responsabilidad, ni como vocera ni como parte de un gobierno que ahora retrata con una mezcla de desprecio y decepción.

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