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Rob1n, el poseído: terror reciclado y sin rumbo que naufraga entre clichés

Rob1n, el poseído intenta ser una película de terror con identidad, pero termina atrapada en su propio enredo de ideas poco desarrolladas y lugares comunes.

Desde los primeros minutos, el film intenta impactar: un niño de mirada perturbadora asesina a su madre con un bate durante su cumpleaños número 11 y, acto seguido, recibe un disparo. La escena promete un relato sobre un niño asesino, pero no tarda en desviarse.

Treinta y cuatro años después, un anciano —el padre del niño— construye un androide inquietantemente realista que mata a su gato al primer descuido. Entonces, ¿es una historia sobre un robot asesino? Unos segundos después, aparece una pareja en la playa, espiada por una figura amenazante. El celular de él vibra: «Ella es hermosa, no me gustaría cortar su bella cara. Tenés 24 horas para pagar lo que debés». ¿Estamos frente a un thriller sobre extorsión?

En menos de diez minutos, Rob1n, el poseído lanza tantas ideas que ninguna logra consolidarse. El guion abre múltiples caminos y no desarrolla ninguno. Resultado: el espectador se pierde junto con la película.

Un villano de plástico, una historia de cartón

Robin, el niño del inicio, termina poseyendo al androide creado por su padre, como un primo lejano de Chucky, pero sin carisma ni explicación. ¿Cómo renace su espíritu en un muñeco robótico tres décadas después? El film nunca lo aclara.

A la casa del anciano llegan su sobrino (con viejas rencillas) y la novia, además de una enfermera que desaparece tan rápido como aparece. A partir de ahí, el guion empieza a poblar el escenario con personajes al azar, cuya única función es engrosar la lista de víctimas. Y como el muñeco asesino no puede mover cuerpos por sí solo, la trama fuerza a que todos ingresen al mismo lugar, listos para ser eliminados. Ni El pulpo negro se atrevió a tanto.

Una película atrapada en el espejo del género

Rob1n, el poseído recurre a todos los recursos clásicos: homenajes poco sutiles a La profecía, sangre, gritos, sustos predecibles, apariciones forzadas, y hasta la ruptura arbitraria de las leyes de la física para que el muñeco aparezca y desaparezca como si tuviera superpoderes.

El director Lawrence Fowler demuestra nuevamente su entusiasmo por el género, pero también su falta de recursos narrativos. Como en sus trabajos anteriores, apuesta por el terror sin terminar de encontrar una voz propia. A veces acierta, pero esta vez no es el caso.

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