La tormenta ahora es toda del ministro Sergio Massa

Dólar

El ministro al fin encontró los superpoderes casi presidenciales que buscó mostrar el año pasado, pero el tiempo y la confianza no están de su lado

Por: Luciana Vázquez

El tiempo es dinero. Y el poder del dinero depende de la confianza. El ministro de Economía, Sergio Massa, acaba de quedarse sin todo eso: ni el tiempo ni la confianza lo acompañan. Quizás solo la fuerza de su ambición política. Después de meses de irritar la interna oficialista con su precandidatura presidencial, el presidente Alberto Fernández renunció a su amague reeleccionista en el peor momento: justo en el medio de una corrida cambiaria que deja expuesta la gestión del ministro, sin fusible que contenga el daño. Massa acaba de quedarse también sin su identidad de piloto de una tormenta ajena. A partir de ahora la tormenta es toda suya.

Fernández se bajó presionado por ese contexto de corrida autogenerado, en parte, en su vínculo con el renunciado Antonio Aracre: la disparada del dólar fue la excusa contante y sonante necesaria como para que el kirchnerismo lo arrinconara y le soltara la mano. El kirchnerismo vio en su triunfo táctico un alivio. Pero ese paso al costado no alcanza para calmar las aguas y recuperar la confianza. El que no genera confianza ahora es Massa. Ayer, el dólar siguió adelante con su escalada y creció la brecha cambiaria.

Massa, sin embargo, logró quedarse en un plano más retirado de la crisis. Los focos apuntaron al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, por su manejo de la tasa de interés, ineficaz para la contención de la dolarización de hecho que practica la Argentina cuando hay inestabilidad política y económica. Con el Presidente a un costado de la contienda electoral, Pesce es el último truco que le queda a Massa para patear la pelota fuera de la cancha de su responsabilidad. Hasta el viernes pasado, la pregunta era cuándo se bajaría Fernández de la reelección. Ahora la pregunta es cuándo Pesce dejará el Banco Central. Ayer a la noche, Pesce seguía en su cargo. Pero la economía argentina en fase de espiralización de los problemas es una obra en marcha. Todo puede pasar.

“El dólar está barato, a pesar de todo”, es el resumen de un analista económico para quien el dólar puede subir todavía más para alcanzar ese punto en que la apetencia de los compradores mayoristas vuelva a ver mayor ganancia en el peso. En ese punto, la tasa de interés es clave. O sea, Pesce y sus medidas. “El ministro Martín Guzmán se fue con una brecha del 130%”, dice. Todavía falta para llegar ahí, pero si pasa, el riesgo de ese cimbronazo cambiario cae sobre Massa.

Ni contener al dólar ni contener a la interna. El renunciamiento de Fernández tampoco contribuyó a la paz del Frente de Todos. A horas de su renunciamiento histórico, Fernández recuperó algo de su papel de presidente obstaculizador y volvió a la carga en modo Antonio Cafiero, el renovador: con el mensaje biempensante de la democratización del kirchnerismo, se candidatea como garante de las PASO del peronismo. En realidad, es la guerra contra Cristina Kirchner por otros medios. Alberto Fernández como un lobo anticristinista, y antimassista, con piel de cordero democratizador. Es decir, el Presidente, que pareció el gran derrotado el viernes con su renuncia, ahora recupera un poder que sabe jugar: entorpecer las ambiciones del kirchnerismo y La Cámpora y condicionar a Massa. Una especie de política passive-aggressive del ejercicio del poder. Esa volatilización del escudo entorpecedor, nunca protector, del presidente Fernández dejó a Massa en la línea de sucesión del poder fáctico. Entre Massa y la nada, ya no queda nadie.

¿Qué va a hacer Massa? Esa es la nueva gran pregunta económica y política. El problema de la economía hoy es sobre todo político. En dos sentidos: en el sentido de que las opciones que elija el ministro de Economía para frenar la crisis mostrarán el modo massista de concebir este momento. La munición que dispare, aunque no queda mucho, será una señal sobre qué caminos políticos prefiere recorrer. Ahora Massa al fin se encontró con los superpoderes casi presidenciales que buscó mostrar el año pasado, en su desembarco. Su campaña política, si efectivamente lanza su candidatura presidencial, es su gestión económica. Callejón sin salida.

El problema económico es político en otro sentido: gira en torno a la falta de confianza que despierta el oficialismo, y particularmente, Massa. La gente, que este año son votantes, no cree en el Gobierno, ni en Massa, ni en la política. “Hay una frase que dice que Dios convoca a sus mejores soldados para las batallas más difíciles. No somos Dios, pero era una batalla difícil”, sostuvo ayer Massa. Quedó claro que la economía acaba de convertirse en un capítulo de la fe política, o de su falta. Es decir, un problema de creer y de confiar. O reventar.

En ese frente, Massa tiene problemas de origen. Desde hace años es uno de los políticos con menor credibilidad en la opinión pública. La falta de confianza de la gente es casi un atributo de marca de Massa que contrasta con su resiliencia política: nunca se baja y siempre se transforma. Este 2023 lo encuentra transicionando hacia un nuevo viraje. El ministro, que juró que no iba a ser candidato a presidente este año, se lo juró a la ciudadanía y se lo juró al “círculo rojo” de empresarios que son de su consulta diaria, está a punto de cambiar de opinión, una vez más: hoy resulta el precandidato con más chances del kirchnerismo. Su credibilidad, otra vez, bajo sospecha.

El problema político plantea la cuestión de dónde se ancla la confianza de la gente. Si Massa no encuentra las medidas y su historial tampoco lo ayuda, se impone la gran pregunta: ¿cómo detener la crisis? No hay decisión que logre cambiar el régimen de las expectativas, bajas, de mercados y ciudadanos. La traducción económica es la huida del peso y el refugio en el dólar, justo cuando el Banco Central está casi vacío.

La devaluación del peso es un ejemplo casi de manual de la ficción colectiva que es el dinero: sin confianza no funciona. El politólogo Jonathan Kirshner -cualquier parecido con la realidad argentina es una casualidad-, autor de Money is politics, donde cuestiona la “despolitización” del análisis del manejo del dinero, una visión que concentra el análisis en el poder de los mercados, lo sintetiza así: “Estás en un avión y no creés que pueda volar. Igual va a despegar, a volar y a aterrizar. Tu vida depende de eso, pero tu creencia sobre eso no tiene ningún peso. Todos dependemos del dinero y somos todos pasajeros de los sistemas monetarios grandes y chicos, pero en ese caso nuestras creencias sí importan. Si la gente no cree que el dinero funciona, no va a funcionar”.

El problema de la confianza también estructura la propuesta de dolarización de Javier Milei. La dolarización es, en definitiva, la respuesta política del libertario al horror de una clase política predatoria de la credibilidad del peso. La desconfianza de la gente en relación con la política y su uso interesado de la máquina de imprimir billetes. Para Milei, la dolarización es el único esquema capaz de espantar esos fantasmas. Poner a la droga de la emisión monetaria lejos de la adicción de los políticos argentinos. Si no se puede recuperar la confianza en el peso, aprovechar políticamente la confianza de los argentinos en el dólar. Como abanderado de los indignados con la política, Milei mira al problema económico desde el problema de la desconfianza política de los representados respecto de sus representantes.

En Juntos por el Cambio, el desafío es hacer creer que lo que no pudieron en su primer gobierno podrían hacerlo en su segunda oportunidad: domar la macroeconomía y bajar la inflación. Lo que la dolarización es para Milei, la independencia del Banco Central, y el control del déficit, es para Juntos.

La particularidad de la crisis actual de confianza tiene dos características que la hacen más grave. Por un lado, la caída del salario real: cualquier intento de recuperar la confianza a través de un plan de estabilización que libere el precio del dólar y las tarifas afectará a los salarios como nunca antes. ¿Cómo recuperar la confianza de la ciudadanía, que se necesita para que el plan funcione en un contexto que la afectará como en ningún plan que se recuerde? El problema lo señalan varios economistas.

El otro problema es una pobreza creciente sostenida, a diferencia de países como Uruguay o Chile, con niveles de pobreza a la baja. Lo muestra bien el economista Leopoldo Tornarolli. En 2011, Chile tenía una pobreza del 21,2 por ciento medida en porcentaje de la población que vive con 6,85 dólares diarios. Llegado 2020, la redujo al 8 por ciento, una reducción de 13,2 puntos. La Argentina, en cambio, tenía en 2011 pobreza del 9 por ciento. Hoy llega al 10,6 por ciento: un aumento de 1,6 puntos. La desconfianza de la ciudadanía también alcanza a la política y sus soluciones. En ese contexto, el kirchnerismo de un Massa devaluado tiene que encontrarle la vuelta. El panorama es dificilísimo.
Luciana Vázquez

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