La decisión de sancionar a seis chicos de apenas 9 años por sacarse una foto con un jugador de Rosario Central es, además de absurda, profundamente preocupante. No hay justificativo moral ni pedagógico para castigar a menores inimputables por un acto completamente inocente.
Se trata de niños que, con la naturalidad propia de su edad, se acercaron a un referente del fútbol local —más allá de la camiseta que vista— y quisieron inmortalizar ese momento. En lugar de recibir una lección de tolerancia o convivencia, fueron señalados, castigados y privados del derecho a jugar, aprender y disfrutar.
La dirigencia de Newell’s no sólo les quitó sus becas, sino que además los utilizó como ejemplo de algo que ni siquiera puede considerarse falta. Detrás de un discurso que habla de “respetar el escudo”, se esconde una práctica infame: trasladar a los más chicos la carga del fanatismo, la rivalidad mal entendida y la lógica del enemigo.
Que los adultos responsables —entrenadores, dirigentes, incluso padres— hayan consensuado esta sanción no atenúa su gravedad, sino que la agrava. Es el reflejo de una cultura que sigue sin comprender que el fútbol, especialmente en la infancia, debe ser un espacio de formación, respeto y juego, no de castigo ni adoctrinamiento.
No hay valores que se construyan humillando. Si algo merece una sanción en este episodio, no es la conducta de los niños, sino el desatino de los adultos que confundieron disciplina con autoritarismo y rivalidad con intolerancia.
Moisés Oscar Jarma. Director de Página Central Jujuy