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Gilda, la viuda negra de Wilde, le robó USD 30 mil a un ex funcionario del Ministerio de Salud

Cuando despertó, la plata no estaba allí. Tampoco estaba su ropa, porque antes de desvalijarlo, la viuda negra a la que se entregó lo desnudó y lo dejó tendido en el suelo. El hombre fue desplumado, en más de un sentido.

Por Federico Fahsbender

La víctima, un abogado de 55 años, ex funcionario de tercera línea del Ministerio de Salud durante la Presidencia de Cristina Kirchner, había decidido probar suerte en el amor el 26 de octubre pasado con una mujer 25 años más joven que había conocido en la red social Badoo tres días antes. “Tamara”, se hacía llamar. Así, comenzaron una serie de conversaciones en WhatsApp. La invitó a su departamento en la calle Rodríguez Peña en Barrio Norte para una cena íntima, luego unos tragos y tal vez algo más. “Tamara” llegó vestida con una blusa y pantalón negro, sandalias del mismo color. Le contó la historia de su vida. Le dijo que vivía en San Telmo, que había trabajado en una vieja discoteca. Bebieron una botella de vino entera.

No llegaron al postre. Cerca de la medianoche, “Tamara” comenzó a oficiar de bartender. Uno de esos tragos que le sirvió al abogado fue mezclado con una fuerte dosis de benzodiazepinas que alcanzó para noquearlo por doce horas. Su empleada doméstica lo descubrió en el piso y llamó al 911. Fue trasladado al Sanatorio Güemes, donde durmió por 36 horas más. “Efectos adversos de benzodiazepinas”, dijo el certificado posterior.

Al despertar, el abogado regresó a casa para ver el daño. “Tamara” le había robado, según denunció el hombre, casi 31 mil dólares, 300 euros y 30 mil pesos. La viuda negra no le perdonó nada: se llevó hasta un viejo billete de 500 mil australes que el abogado guardaba de recuerdo. También se llevó un manojo de llaves. En el departamento, “Tamara” se olvidó una crema de manos, así como dos precintos de plástico negro que no le hicieron falta finalmente para reducir a su víctima. Luego, la víctima hizo la denuncia ante la Policía de la Ciudad.

El caso comenzó a ser investigado por el Juzgado N°4, a cargo de Martín Yadarola, con tareas encargadas a la División Delitos Informáticos Complejos de la Policía de la Ciudad. Con el tiempo, cayó. La semana pasada, un grupo de detectives de la División la arrestó en su casa de Wilde. Poco después, el juez Darío Bonanno, que subroga temporalmente el Juzgado N°4, la procesó con prisión preventiva la semana pasada por el delito de robo, con un embargo de seis millones de pesos.

“Tamara” fue una eximia viuda negra, pero una pésima prófuga. Había dejado todas las señales para que la Policía de la Ciudad la identificara. Habían logrado identificarla. No se llamaba “Tamara”, sino Gilda V., de 39 años, oriunda de Wilde, madre de tres hijos, sin empleo formal hace una década. Vendía pan casero y zapatillas por Facebook según sus redes sociales, también ofrecía alisados de pelo y servicio de uñas esculpidas, pero manejaba una Ford EcoSport blanca con pedido de captura. La clave para comenzar fue la imagen que ilustra esta nota, la foto que empleó como perfil de WhatsApp para conversar con el abogado.

El hombre la entregó en su denuncia, junto con capturas de las conversaciones. En la foto, curiosamente, se la ve con una menor, una nena de no más de diez años. En la foto, también, se olvidó de cubrir su seña distintiva, una flor de loto sobre su pecho derecho.

Llegar al nombre tampoco fue difícil. Los celulares con los que se comunicaba con el abogado estaban registrados a su nombre. Su perfil de Facebook tenía su nombre completo, lo mismo su cuenta de Instagram. No había borrado nada.

“Se profugó tras el inicio de la causa. Una versión indicaba que estaba en Tucumán, con una Ford EcoSport con pedido de secuestro. Pero, por mas que se robe un millón de dólares, va a volver a su lugar de confort”, aseguró un detective que actuó en el caso. Entonces, el investigador jefe decidió ir al domicilio de Gilda en Wilde, su casa familiar. Allí, estacionada en la puerta, encontró el auto. La camioneta fue secuestrada. Ella, la sospechosa, lo vio todo desde una de sus ventanas.

Así, se montó una guardia a la espera de que se convalidara el pedido de allanamiento y detención, y, entonces, con el aval de la Justicia para entrar en su casa, Gilda cayó.

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