Patricia Conta, segunda desde la derecha, y parte del equipo de vestuario de El Eternauta (Instagram)
En El Eternauta, cada prenda no solo viste, también narra. Detrás del gamulán que abriga a Juan Salvo, del suéter tejido de Favalli o del poncho que abriga emocionalmente a una joven scout, hay un relato íntimo y meticuloso construido por Patricia Conta, directora de vestuario de la serie y diseñadora egresada de la UBA.
Con un equipo de 14 profesionales que a veces se extendía a 20 en jornadas complejas, Conta encaró el desafío con una idea clara: los protagonistas no son superhéroes, sino personas comunes atrapadas en un evento extraordinario. “Pensamos en personajes reales: tus vecinos, un amigo, alguien que cruza la ciudad en tren”, explica. Para dar verosimilitud, salieron a fotografiar escenas cotidianas en plazas, avenidas y estaciones, en busca de una estética reconocible y profundamente local.
Lejos de los brillos de Hollywood, el vestuario de El Eternauta se ancla en lo tangible. “Lo viejo funciona” es una premisa que atraviesa la serie, y también sus elecciones de vestuario. En la casa de Favalli, por ejemplo, todo lo que se ve responde a una lógica de acumulación, ciencia y afecto. Su suéter a rayas, tejido a mano para la serie, es un guiño directo al cómic original y también a su espíritu de artesano y reparador.
Uno de los íconos más visibles de la serie es el gamulán de Juan Salvo, encarnado por Ricardo Darín. Aunque el actor bromeó sobre su peso y rigidez, Conta aclara que hicieron hasta lo imposible para aligerarlo: “Le quitamos el corderito interno al que más usaba, porque hubo días de calor agobiante durante el rodaje. Se quejaba, claro, pero lo bancó con hidalguía”.
La máscara que cubre el rostro de Salvo y resalta los ojos de Darín fue otra pieza clave. El diseño se basó en una premisa sencilla pero potente: debía parecer realista, como si Favalli la hubiera encontrado en un viaje o entre sus pertenencias. “Queríamos que protegiera pero que también mostrara humanidad. Que no fuera tan amenazante como una máscara de guerra”, detalla Conta.
Más allá de los protagonistas, el vestuario construye pequeñas historias incluso para los extras. “Cada cuerpo que aparece muerto en la vía tenía una historia para nosotros: alguien que salía del trabajo, otra persona que iba a una cita”, relata la vestuarista. Esa construcción invisible es parte de lo que emociona al público sin que lo note.
Uno de los trabajos más emotivos para Conta fue la creación del poncho de una scout. Diseñado a partir de una frazada avejentada y con insignias originales, se convirtió en un símbolo poderoso que incluso generó agradecimientos reales de jóvenes scouts que se vieron representados.
Finalmente, el proceso se cerró como había empezado: con trabajo artesanal, pruebas fotográficas, debates con el director Bruno Stagnaro y un cuidado extremo en cada elección. Desde los bocetos de máscaras hasta la ropa de fondo, el vestuario de El Eternauta no solo acompaña la historia, sino que la amplifica. Y en cada pliegue de tela o costura invisible, late la pasión de quienes lo imaginaron.
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