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En una horrible final, Palmeiras ganó la Libertadores con el último suspiro

El conjunto paulista levantó la segunda Copa Libertadores de su historia con un gol agónico en un partido para el olvido.

Fue como volver a perder para Boca y para River. Cada uno de los 90 minutos de nada que se escurría a través de la pantalla sirvió para rebobinar la cinta y maldecir. Para proyectar y lamentar. Para pensar aquel partido de ida de los del Muñeco Gallardo o la fatídica revancha para los de Miguel Russo. Pero no es Carlos Tevez ni Enzo Pérez. El que levanta la Copa Libertadores es Gustavo Gómez y el que se olvida del rendimiento y desata la locura es Palmeiras que por segunda vez en su historia se consagra en una final muy pobre, que se perderá rápidamente en el olvido.

Alcanza con observar que el primer tiro al arco del campeón llegó en el octavo minuto de descuento, cuando ni el inminente tiempo extra generaba expectativas de cambio. El centro de Rony desde la derecha y al segundo palo, el salto perfecto de Breno Lopes para superar la floja marca de Pará y sacar un cabezazo magnífico.

Un instante de gloria, una acción fuera de contexto. Si la única escena salida del libreto hasta ese momento había ocurrido dos minutos antes y fuera del campo de juego cuando el DT de Santos hizo todo lo posible para no entregarle la pelota a Marcos Rocha y provocó una disputa. Podría encontrarse allí la semilla del gol.

Podría ser que esa acción haya destrabado un trámite hermético. Lo cierto es que Cuca terminó expulsado, trepando a la platea y viendo desde ahí cómo por primera vez su equipo se desconcentraba, desajustaba las marcas y Palmeiras se lanzaba a la gloria.

Resulta inevitable desde estas latitudes y ante una final anodina que ni siquiera lograba cautivar a los 7.800 “allegados, invitados, privilegiados” que lograron entrar al Maracaná, jugar con la facilidad que regala un escenario contrafáctico e imaginar el Boca-River que no fue. Y de paso, claro, imaginarlo con los mejores condimentos, con toda la mochila de antecedentes frescos y antiguos que cargan los dos gigantes argentinos, con el morbo, con los duelos individuales, con la chance de una rápida revancha. Siempre el que no juega es el mejor, suelen decir los técnicos. Esta vez, ocurrió.

De arranque, Palmeiras y Santos salieron a torearse. Duró poco. Apretaron los dientes para demostrar que el clima de final al menos estaba en las fricciones, en las reacciones para protestar infracciones, en las marcas pegajosas. Pero en ese juego de marcar territorio y demostrar fortaleza, fue quedando en evidencia que el trámite se iba a parecer demasiado a lo que se suponía en la previa. Cuando eso ocurre, el fútbol suele ser más aburrido.

Los dos preferían atacar por el costado izquierdo: Palmeiras con Rony, y Santos con Soteldo. No fue casual que a los 8 minutos Lucas Veríssimo, el buen marcador central que jugó su último partido con la casaca Peixe y seguirá su carrera en Benfica, fuera con vehemencia al cruce en el costado derecho contra Rony. Se llevó puestos pelota y hombre. Levantó polvareda y encontró en la amarilla de Patricio Loustau un mensaje que excedía al zaguero. El juez argentino, inteligente, le ponía un freno al picante que empezaba a olfatearse en cada pelota dividida.

Si en el primer cuarto de hora jugaron a quién era más guapo, lo que siguió hasta el final del partido fue una disputa a ver quién se desprotegía menos. No rompía el molde Marinho por la banda derecha de Santos, no aparecía Menino del otro lado.

Vale un ejemplo de la escasez de recursos que ofrecía la final: cuando Palmeiras tenía un lateral en ataque por la banda derecha, Marcos Rocha tomaba carrera, se quitaba la transpiración de las manos, esperaba que Gustavo Gómez cruzara de un área a la otra, y mandaba el centro a la olla.

Cuca había sorprendido en la formación inicial al poner a Sandry y dejar en el banco a Lucas Braga. La intención era fortalecer el medio y darle libertad a Alison para jugar por delante de la línea de cuatro defensores y ser el que inicie la salida. Logró una parte del plan el técnico: tuvo más que su rival la pelota. Pero falló a la hora de generar juego. ¿Palmeiras? un espejo en la intrascendencia.

Para el segundo tiempo, Soteldo y Marinho ilusionaron un poquito cuando inventaron una acción de riesgo en una pelota parada. A los 13 minutos, el venezolano pisa la pelota, el brasileño saca el centro de zurda que vuela en cámara lenta y Veríssimo, que entra por el segundo palo solito, no alcanza a impactar.

Nada de nada. Se añora que el VAR encuentre lo que no muestran las imágenes, se espera que un error destrabe el juego, que una pelota parada llegue a destino… Que ocurra algo.

En esa escasez, Santos vuelve a insinuar con un remate de Pituca que despeja Weverton; y el rebote que captura Felipe Jonatan y prueba con un bombazo de cara externa que se va ancho.

Loustau, de buen arbitraje en una final que no le exigió demasiado, adicionó ocho minutos. Quizá el argentino haya sido el único que guardaba una esperanza de gol.

Y llegó el entrevero entre Cuca y Marcos Rocha por la pelota. Y el técnico de Santos, que suele ser celebrado por su impronta detallista y futbolera, pisó en falso. Y Breno Lopes, que no figuraba en ningún análisis previo, que ingresa a los 39 minutos del segundo tiempo por Gabriel Menino, uno de los sindicados para ser el héroe del Palmeiras, salta como nunca y clava el cabezazo.

El fútbol suele dejar en ridículo las certezas. Eso pasó en Santos-Palmeiras, dos equipos brasileños que jugaron una final espantosa pero que, cuando ya no había ilusión de la que aferrarse, tuvo una explosión impensada.

Clarín Deportes

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