El Eternauta, la argentinidad, los permisos y las claves de la exitosa adaptación de un “monstruo indomable”
El Eternauta superó incluso las expectativas más altas. La serie basada en la icónica historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López se convirtió en un fenómeno global, conquistando tanto a fanáticos de la obra original como a espectadores que conocieron por primera vez a Juan Salvo gracias a esta adaptación dirigida por Bruno Stagnaro.
Frente a un material considerado inadaptable, ¿cuáles fueron los aciertos que permitieron convertir a este “monstruo indomable” en un hito de la industria audiovisual argentina?
Romper moldes para ser fiel al espíritu
Stagnaro asumió el desafío de traducir una historieta extensa, con narrativa folletinesca y contexto de los años 50, a una miniserie de seis episodios con el ritmo vertiginoso que exige la televisión actual. El gran acierto fue entender que no hacía falta replicar cada elemento de la obra original, sino capturar su esencia. En este sentido, la serie no intenta una fidelidad literal, sino simbólica: actualiza escenarios, personajes y conflictos, pero mantiene viva la mirada de Oesterheld sobre la solidaridad, el sacrificio y la resistencia colectiva.
Un sci-fi con identidad local
La serie comienza en una Buenos Aires reconocible, en plena víspera de Navidad, con calor, tensión social y apagones, hasta que la irrupción de una nevada mortal lo transforma todo. Esta elección no solo ancla la historia en el presente, sino que realza el impacto de lo extraordinario sobre lo cotidiano. Los efectos visuales, lejos de ser fuegos de artificio, construyen un universo tangible. Los cascarudos que pisan, arrastran y destruyen generan una amenaza creíble y visceral, alcanzando estándares técnicos poco frecuentes en producciones latinoamericanas.
La argentinidad como valor narrativo
Algunos criticaron la presencia de marcas locales o referencias culturales por considerarlas “demasiado argentinas”. Pero, ¿por qué incomoda ver un póster de Los Palmeras y no que Iron Man coma donas en Randy’s Donuts? Lo que en otras latitudes se celebra como guiño cultural, aquí se tilda de “grasa”. El Eternauta no exagera su argentinidad, simplemente la abraza, y eso es parte de su potencia. Juan Salvo pertenece a nuestras calles y borrar eso sería traicionar el espíritu de la obra original.
Stagnaro, del barrio al apocalipsis
Con esta serie, Bruno Stagnaro se consagra como uno de los grandes narradores del audiovisual argentino. Supo incorporar su sello autoral sin desdibujar el legado que adapta. Si en Okupas o Un gallo para Esculapio exploraba los márgenes urbanos y la violencia estructural, en El Eternauta traslada esas tensiones a un escenario de ciencia ficción, donde los personajes, marcados por el egoísmo o la apatía, deben transformarse en héroes colectivos.
Una historia sobre la solidaridad
La gran fortaleza de El Eternauta no está en sus efectos, ni en los nombres del elenco, sino en la forma en que narra esa transición de lo individual a lo colectivo. Sus personajes no nacen nobles: se hacen. Llamados por la emergencia, aprenden que la salvación no es personal, sino comunitaria. La serie no solo homenajea la historieta: la actualiza con inteligencia y emoción, reafirmando que hay épicas profundamente nuestras que, bien contadas, pueden dialogar con el mundo entero.
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